VI Domingo del Tiempo
Ordinario (ciclo A)
«El cumplimiento de los
mandatos del Señor»
Prosiguiendo con la lectura del sermón de la montaña, en
los capítulos del 5 al 7 de san Mateo, tanto en este domingo como en el
siguiente Jesucristo se sitúa en continuidad con la ley y los profetas. Es un
punto de partida que no se puede pasar por alto. Jesús conocía bien la Sagrada Escritura ,
formulada en lo que hoy llamamos Antiguo Testamento. Para Él tiene una vital
importancia, conforme revela su detallado manejo de la Palabra de Dios a través
de abundantes referencias y comparaciones al hilo de sus enseñanzas. Pero ante
todo, el Señor quiere presentarse a sí mismo como el que cumple y lleva a
término cuanto había predicho la
Escritura sobre el Mesías. A medida que vamos leyendo el
Evangelio, descubrimos que la esperanza de Israel no se realiza únicamente
porque en Jesús se lleven a término algunos oráculos mesiánicos. Todo el
Antiguo Testamento nos dirige hacia Jesucristo. Según se fue desarrollando el
cristianismo, iba apareciendo con más claridad que la primera alianza era, en
realidad, una preparación y anticipo de cuanto luego se produjo en Cristo. Sin
embargo, esta verdad no fue siempre admitida pacíficamente por los fieles, pues
había quienes quisieron ver una oposición entre un «Dios del Antiguo
Testamento» y el «Dios de Jesucristo», algo que llevaba incluso a desechar la
lectura de textos del Antiguo Testamento en las asambleas litúrgicas. Esta
posición, claramente negada por la
Iglesia , tiene el riesgo todavía hoy de tomar cuerpo cuando
se confunde la superación realizada por Jesucristo con una incompatibilidad
entre ambos testamentos. Cada vez que se caricaturiza con rasgos negativos la
imagen de Dios en el Antiguo Testamento se está dando alas a esta postura,
claramente incompatible con el pasaje que escuchamos este domingo. En él, Jesús
nos hace ver que la revelación de Dios a los hombres es progresiva y que el «se
dijo […] pero yo os digo» expresa: primero, la autoconciencia divina de Jesús,
que es capaz de colocarse por encima de la ley; segundo, la utilidad pedagógica
de la ley para «dar plenitud» a la misma desde la propia enseñanza del
Salvador. No es, por tanto, admisible defender, basándose en este capítulo, una
contradicción entre ambas leyes, como si la primera fuese falsa y la segunda
verdadera. Por eso el Señor afirma que «quien los cumpla y los enseñe (los
preceptos de la ley) será grande en el reino de los cielos», al mismo tiempo
que reprende severamente a quien «se salte uno solo de los preceptos menos
importantes».
La plenitud de la ley en la justicia
A continuación Jesús se refiere a la justicia de los
hombres, de la cual indica que ha de ser mayor que la de los escribas y
fariseos. Desde luego, con la insistencia en el cumplimiento de «hasta la
última letra o tilde de la ley», el Señor no aboga por el habitual modo externo
y legalista según el cual los dirigentes jurídicos y religiosos de Israel
ejecutaban el conjunto de los preceptos divinos. La justicia ha de ser
entendida principalmente como la realización de la voluntad de Dios. Por eso
Jesús dirige su atención no hacia una ley de mínimos, sino a lo que nace de lo
profundo del hombre, al corazón, tal y como se destaca en la explicación del
adulterio, al señalar que «el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido
adulterio con ella en su corazón». Precisamente, para llevar a cabo lo que Dios
quiere, el pasaje pide actuar con decisión, evitando cuanto es impedimento para
la obediencia a los mandatos del Señor. Esto es lo que se precisa con la frase
«más te vale perder un miembro», que no señala sino la relevancia que tiene
tomarse en serio cuanto ha sido revelado por Dios. El pasaje de este domingo
es, en definitiva, una llamada a descubrir y vivir con radicalidad, convicción
y profundidad interior cuanto Dios ha sembrado en nuestro corazón y nosotros
descubrimos a través de la escucha de su Palabra.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis
que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de
cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de
los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos
importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será
grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es
mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los
cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No
matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se
deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su
hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama
“necio”, merece la condena de la gehenna del fuego. Por tanto,
si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de
que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y
vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu
ofrenda.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás
adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha
cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar,
sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en
la gehenna. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y
tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la gehenna.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé
acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer –no hablo de
unión ilegítima– y se casa con otra, comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los
antiguos: “No jurarás en falso” y “cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo
os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo
que pasa de ahí viene del Maligno».
Mateo 5, 17-37