V Domingo del Tiempo
Ordinario (ciclo A)
«Brille así vuestra luz ante
los hombres»
Nos hemos introducido ya en el capítulo 5 de Mateo. Al
haberse celebrado el domingo pasado la fiesta de la Presentación del
Señor en el Templo, se ha omitido el pasaje de las bienaventuranzas,
correspondiente al domingo cuarto del tiempo ordinario de este ciclo litúrgico,
cuya continuación leemos este domingo. El contexto de todo el capítulo lo marca
la significativa imagen de Jesús en lo alto del monte, sentado y enseñando. Se
trata, sin duda, de una referencia a Moisés: si este recibió la Ley en la montaña, ahora
Jesús, nuevo Moisés, proclama la definitiva Ley. Al mismo tiempo, el
aparentemente insignificante detalle de estar sentado se vincula directamente
con la cátedra, el lugar que ocupa el Maestro cuando instruye a los discípulos.
Un anuncio de esperanza
Recopilando el conjunto de enseñanzas del Señor, san Mateo
pretende no solo presentar de modo organizado cuanto ha escuchado al Maestro,
sino también fortalecer la esperanza de la comunidad a la que él pertenece,
pasados varios años desde que estas palabras fueron pronunciadas por Jesús. Por
eso es natural descubrir un nítido mensaje de ánimo, reflejado por las dos
afirmaciones paralelas «vosotros sois la sal de la tierra» y «vosotros sois la
luz del mundo». Si la última bienaventuranza insistía en la alegría y el gozo
«cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi
causa», ahora Jesús recuerda a sus seguidores que son la luz del mundo y la sal
de la tierra. Mateo menciona de modo especial estas palabras del Señor
precisamente porque la comunidad está experimentando cuanto se refleja en las
bienaventuranzas: está siendo injuriada, perseguida, calumniada; así lo
manifiesta en particular la indicación personal «bienaventurados vosotros» de
la última de las bienaventuranzas, a diferencia del «bienaventurados los» de
las anteriores. En resumen, estamos no ante una hipótesis, sino ante algo que
sufren de hecho. Son palabras presentes en la mente de quienes a lo largo de
los siglos han testimoniado su fe a costa incluso del martirio.
Sal de la tierra y luz del mundo
Al mismo tiempo, descubrimos que la Palabra de Dios tiene la
función de desvelar nuestra propia vocación. No es posible escuchar estos pasajes
sin sentirse llamado a vivir de modo concreto cuanto el Señor pide de cada uno
de nosotros. El don que es ofrecido por el Señor exige una respuesta concreta
por nuestra parte. Cuando Jesús nos compara con la luz y la sal alude a dos
símbolos de la naturaleza, también utilizados en la tradición bíblica, con una
función activa, es decir, con un claro papel de acción sobre las personas. La
luz está en el origen de la creación y es fuente de la vida; la sal está
destinada a dar sabor, a preservar de la corrupción, y también tenía una
función en el culto a Dios, ya que la ofrenda del sacrificio debía ser sazonada
con sal. Se trata de elementos a los que no se les presta demasiada atención,
porque los damos por supuestos en nuestra cotidianidad, pero que son fundamentales
para vivir. Desde el tiempo de Navidad no hemos cesado de mencionar a
Jesucristo como luz que brilla frente a las tinieblas. Ahora es Cristo quien
nos impulsa a transmitir cuanto hemos recibido de Él. Al ser insertados en
Jesucristo el día de nuestro Bautismo, nos fue entregada una luz destinada a
acrecentarse de día en día, tomada del cirio pascual, símbolo de Cristo
resucitado. La pregunta que nos planteamos ahora es cómo poder ser luz del
mundo de manera concreta. El Evangelio afirma: «Brille así vuestra luz ante los
hombres, para que vean vuestras buenas obras». Se trata de una cita no literal
de la primera lectura, que sirve para detallar este punto, ya que Isaías
concreta estas buenas obras: partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres
o cubrir al desnudo, entre otros ejemplos. Las obras de misericordia
constituyen, pues, el requisito para cumplir con la llamada del Señor de
brillar como luz en las tinieblas.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la
salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros
sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un
monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino
para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así
vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria
a vuestro Padre que está en los cielos».
Mateo 5, 13-16