XVI
Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
La
parte mejor
Con frecuencia, al leer el pasaje evangélico de la visita de Jesús a las hermanas de Lázaro, Marta y María, se piensa que el Señor plantea una contraposición entre dos modos de vida, la activa y la contemplativa. Marta, que «andaba muy afanada con los muchos servicios», sería la representante de la vida activa, mientras que María, que «sentada junto a los pies del Señor, escuchaba la palabra», reflejaría un estilo más contemplativo de vida. La consecuencia del episodio sería que no merece la pena la intensa actividad de Marta, pues todo lo que no sea una actitud contemplativa es vano y vacío. Semejante conclusión del texto de este domingo podría ser adecuada, de no ser porque es parcial, es decir, verdadera pero incompleta. Para comprender con exactitud el Evangelio, no se puede desgajar este episodio del resto de actividades de la vida de Jesús. Precisamente el domingo pasado éramos testigos de la parábola del Buen Samaritano, en la cual Jesús terminó llamando a la actividad con ese «anda y haz tú lo mismo». Además, los Evangelios dejan constancia repetidas veces de la intensa actividad del Señor e, incluso, de la preocupación de sus familiares y amigos por la ausencia de descanso. Por lo tanto, no se puede pensar la vida contemplativa que plantea el Evangelio de Marta y María como una pasividad o suspensión de actividad.
La hospitalidad
Sin duda, un tema central este domingo es la hospitalidad,
como bien prepara la primera lectura, tomada del libro del Génesis. Ahí, en ese
escenario junto a la encina de Mambré, Abrahán recibe a esos tres misteriosos
personajes a los que llama Señor, y la tradición ha querido ver
representada a la
Trinidad. Puesto que para el mundo oriental la acogida al
huésped era una obligación de primer orden, el Génesis detalla el caluroso
recibimiento ofrecido por Abrahán y Sara, los cuales ofrecen todo tipo de
atenciones y alimento. Llama la atención la frase «Señor mío, si he alcanzado
tu favor, no pases de largo». Se pide, por lo tanto, al Señor que se quede con
ellos, ya que se considera un privilegio haber recibido esa visita. En el mismo
sentido, la atención con la que escucha María a los pies de Jesús constata,
igualmente, que han recibido una visita excepcional. En realidad, ambos pasajes
están aludiendo a la gran visita que Dios ha hecho al hombre a través de su
encarnación. En el canto del Benedictusdecimos: «por la entrañable
misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para
iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». Se produce, por
lo tanto, una hospitalidad recíproca. Ciertamente, Abrahán acoge a estos tres
hombres y Marta y María reciben a Jesús en su casa, pero en el fondo, quienes
reciben se convertirán en los huéspedes del Señor. Los realmente beneficiarios
de estos pasajes son Abrahán y Marta y María, hacia quienes Dios ha mostrado su
misericordia, del mismo modo que la ha extendido sobre toda la humanidad
visitando al hombre, que buscaba desde hacía siglos cómo llegar a Dios. La
pregunta del salmo responsorial, «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?»
apoya esta visión, puesto que es Dios mismo el que nos recibe cada vez que le
damos cabida en nuestra vida.
La importancia de la escucha de la Palabra
No es posible, por lo tanto, establecer una contraposición
entre la vida activa y la contemplativa. Lo que se pretende poner de manifiesto
es la relevancia de primer orden de la escucha de la Palabra del Señor. A pesar
de que nosotros no vemos a Jesús del mismo modo que Marta y María, seguimos
escuchando su Palabra, especialmente en la celebración de la Eucaristía y del resto
de los sacramentos; Palabra que sigue siendo eficaz y que es capaz de
transformar nuestro corazón y nuestra vida. Así pues, esa «mejor parte» de la que
habla el Evangelio es el fundamento de nuestra actividad cristiana. Sabemos de
la intensa actividad que desarrollaba el Señor. Pero conocemos también sus
largas noches en oración y recogimiento para recibir fuerzas del Padre, a pesar
del natural cansancio físico. Así pues, el alimento que recibimos a través de la Palabra del Señor es
insustituible y será la garantía de una vida cristiana cargada de sentido.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y
una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada
María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en
cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose,
dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir?
Dile que me eche una mano». Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas
inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido
la parte mejor, y no le será quitada».
Lucas 10, 38-42