XV
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
«Anda y haz tú lo mismo»
Nos encontramos con una página del Evangelio, de sobra conocida, en la que el Señor, una vez más, da un nuevo sentido a la cuestión que le plantea uno de sus interlocutores. La parábola del buen samaritano es propia de Lucas, ya que es el único evangelista que la recoge, y guarda un estrecho paralelismo al inicio con el encuentro entre el Señor y el joven rico. Sin rodeos, este maestro de la ley formula a Jesús la pregunta clave: «¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». La pregunta pide una respuesta concreta para la cuestión más importante que el hombre puede plantearse: su propia salvación. Puesto que su interlocutor es un maestro de la ley, sabe de sobra lo que Moisés establecía al respecto. Por eso, el Señor fundamentará su repuesta a partir de lo escrito en la ley. Obviamente, el maestro de la ley sabía que el mandamiento más importante de todos era amar a Dios «con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo».
«Quién es mi prójimo»
Una vez establecido el fundamento del obrar en el amor a
Dios y al prójimo, el maestro de la ley, «queriendo justificarse», pregunta a
Jesús quién es su prójimo. Tras su excelente respuesta tratará de que el Señor
precise los límites del amor que se debe tener hacia los demás. Entre los
judíos había discusiones sobre si el amor debía circunscribirse a los miembros
de la familia o ampliarse a los de la misma ciudad o, como máximo, llegar hasta
los habitantes de la misma nación. Por eso la respuesta-parábola de Jesús es
magistral. Comienza afirmando que «un hombre» bajaba de Jerusalén a Jericó.
Nada más se nos dice sobre esta persona. No sabemos ni su procedencia, ni su
posición, ni sus creencias. Para Jesús nada importa quién fuera. Únicamente se
indica que estaba en una situación de extrema necesidad. Es entonces cuando
Jesús alude a los dos personajes que pasaron de largo. Es interesante destacar
que tanto el sacerdote como el levita eran personas cuyo comportamiento se
presumía ejemplar. Y probablemente tenían una buena excusa para no atender al
misterioso herido que estaba medio muerto. Una de las razones para pasar de
largo podría ser evitar el contacto con la sangre, lo cual implicaría incurrir
en impureza legal, inhabilitándose así para el culto, según la ley. Por el
contrario, el samaritano, que será el que se detenga, es el paradigma de
persona despreciada por los judíos. Sin embargo, de él dice Jesús que «se
compadeció», «le vendó las heridas» y «lo cuidó». El Evangelio insiste, por lo
tanto, en que la actitud del samaritano no se reduce a un diagnóstico o a
experimentar lástima por el gravemente herido, sino que se puso manos a la obra
para procurar restablecerle hasta que se curara.
Jesús, el Buen Samaritano
La parábola del buen samaritano cambia por completo el
sentido de la pregunta inicial realizada por el maestro de la ley, ya que el
Señor pone en el foco de atención no al herido, como prójimo, sino al
samaritano, como quien se ha comportado a modo de verdadero prójimo. La
respuesta final de Jesús, «anda y haz tú lo mismo», supone una advertencia del
Señor a todos los que escuchamos este texto de Lucas. No es posible vivir un
amor a los hombres genérico y sin concreción. Para «heredar la vida eterna»,
pues, no son suficientes las buenas intenciones o propósitos. Es imprescindible
hacerse el prójimo, de manera real, de quien nos necesita. Si alguien se ha
comportado como verdadero prójimo con nosotros es Jesús, quien nos ha mostrado
la misericordia que Dios ha tenido con nosotros, y quien asumiendo en todo la
condición humana, salvo en el pecado, nos cura, nos lleva en su propia cruz y
nos cuida constantemente. Una vez más, el reconocimiento de Jesucristo como
modelo de vida nos ayuda a practicar la misericordia con quien está necesitado
de nuestro auxilio.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la
ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer
para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué
lees en ella?». Él respondió: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y
con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con todo tu mente. Y “a tu prójimo
como a ti mismo”». Él dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás
la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y
quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén
a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a
palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote
bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo
hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se
compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y,
montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día
siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de
él, lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te
parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo
mismo».
Lucas 10, 25-37