XXXII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
«Ha
echado todo lo que tenía para vivir»
No es extraño encontrar en el Evangelio episodios en los
que se juega con los pequeños detalles de la vida. Así, la sal, la levadura o
el grano de mostaza sirven al Señor para explicar el gran valor que lo
aparentemente pequeño y materialmente insignificante posee para la vida del
hombre. En esta línea nos hallamos esta semana ante un episodio donde cobra
importancia lo pequeño, debido a que el mismo Jesús fija atentamente su mirada
en un hecho que, de otro modo, no hubiéramos conocido nunca: el óbolo de la
viuda.
Hacia el verdadero culto a Dios
Con facilidad puede pasar como algo desapercibido que la
escena en la que Jesús instruye al gentío tiene lugar en el templo de Jerusalén,
centro religioso de la vida de Israel y principal referente de culto y
peregrinación del pueblo. Cuando Jesús aparece en este contexto busca dos
finalidades y una tercera que veremos después: la primera consiste en mostrar
su autoridad singular como Hijo de Dios, frente a las disputas sin sentido que
a menudo existen entre los distintos grupos religiosos; en segundo término,
Jesús quiere que el culto que aquí se tributa a Dios esté libre de apariencia,
de negocio o de faltar a la caridad, purificándolo así de usos impropios. El
episodio más célebre en este sentido es el de la expulsión de los mercaderes.
Por el contrario, la ofrenda de la viuda pobre es objeto de la alabanza de
Cristo, debido a que «ha echado todo lo que tenía para vivir».
La entrega de sí mismo
Naturalmente, las dos monedillas ofrecidas por esta mujer
pobre tienen un mínimo atractivo material, aunque sí podemos valorar
positivamente la mejor intención de la viuda, movida por una gran pureza de
intención al depositar esta ofrenda. Sin embargo, lo más significativo es que,
con este gesto, la mujer muestra su incondicional entrega a Dios, ya que al
depositar en el templo todo lo que tiene para vivir, está entregándose a sí
misma. El Evangelio de hoy está preparado por la lectura del libro de los
Reyes, donde encontramos a la viuda de Sarepta con Elías. Ella, siendo pagana,
se fía del profeta y le prepara la comida con lo poco que tenía para ella y su
familia, y el Señor la recompensó. Pero para encontrar el ejemplo máximo de
entrega a Dios, tenemos que acudir al mismo Jesús, quien no solo da cuanto
tiene para vivir, sino que se entregará a sí mismo: «Cristo se ofreció una sola
vez para quitar los pecados de todos», leemos en la segunda lectura de la Misa de este domingo, de la
carta a los Hebreos. Por eso Jesús se convierte en el definitivo templo, el
lugar del verdadero culto a Dios, donde ya no se presentan al Señor bienes
materiales ni sangre de animales, sino su propia vida.
La confianza radical en Dios
El episodio de la viuda del templo, en continuidad con el
de la viuda de Sarepta, muestra algunas características comunes. En ambo casos
estamos ante alguien pobre e insignificante a los ojos del mundo. Incluso la
viuda del Antiguo Testamento pertenece a un territorio pagano. Y en los dos
casos se muestra una confianza radical en Dios. Echar lo que se tiene para
vivir o dar todo cuanto se posee para comer manifiesta una profundidad de fe
única. Frente a la vanidad de los que buscan los honores, la hipocresía de
quienes pretenden aparentar santidad o el egoísmo de aquellos que se aprovechan
de los demás y «devoran los bienes de las viudas», el Señor nos propone una
confianza completa en Dios, quien, a través del salmo responsorial afirma que
«el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente» y «sustenta al huérfano y a la
viuda». La glorificación del Señor tras su muerte es la prueba máxima de que
Dios no defrauda a quien ha puesto su confianza en él.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la
gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje
y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las
viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más
rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente de las arcas
para las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos
echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un
cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta
viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los
demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir».
Marcos 12, 38-44