I
Domingo de Adviento (ciclo C)
«A
ti, Señor, levanto mi alma»
Con esta disposición comenzamos el tiempo de Adviento y el
nuevo año litúrgico. El deseo del salmo 24 lo encontramos este domingo tanto en
el canto de entrada propuesto para el comienzo de la Misa como en el estribillo
del salmo responsorial. Como se puede suponer, esta actitud encuentra también
su concreción en el Evangelio. Bien es cierto que, siguiendo la línea de las
últimas semanas, el pasaje inicia dibujando un panorama terrible, en el que se
trazan, al igual que hace dos domingos, los cataclismos naturales y la angustia
asociados al final de los tiempos. Sin embargo, la idea que prevalece en el
fragmento nos presenta un horizonte lleno de esperanza, ante el cual no debemos
adoptar una actitud pasiva: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la
cabeza; se acerca vuestra liberación». Y más adelante se insiste en la
necesidad de estar despiertos en todo tiempo.
Entre la primera y la segunda venida
Aunque habitualmente se concibe el Adviento como un tiempo
de preparación litúrgica e interior para vivir la Navidad , reducir estos
días a un mero preludio natalicio implicaría olvidar las otras dos dimensiones
que conforman este periodo: en primer lugar, el término Adviento no significa
únicamente venida, sino también presencia. En efecto, celebramos al
Dios-que-viene y al Dios-con-nosotros. La liberación de la que nos habla el
Evangelio ha comenzado ya. Jesucristo está realmente en medio de su Iglesia y
su salvación se realiza cotidianamente. Así se descubre en la Sagrada Escritura ,
en los sacramentos, en la vida de los santos o en los propios acontecimientos
de la historia. En segundo lugar, estos días constituyen el ámbito privilegiado
para contemplar y reavivar el deseo de la segunda venida del Señor. De este
modo, tres son las venidas del Señor: la primera en la humildad y sencillez de
la carne, la segunda, en poder y majestad al final del mundo. Entretanto
procuramos que nuestras jornadas se desarrollen en la presencia del Señor, que
realmente está con nosotros.
Una mirada de esperanza hacia el futuro
Desde la
Antigüedad el hombre ha afrontado el futuro de un modo
paradójico. Por una parte, ha tenido curiosidad por conocerlo. Descubrir de
antemano el porvenir supondría, en cierta medida, dominar el destino de la
humanidad. Sin embargo, este deseo se muestra inaccesible; el mismo Señor trata
de disuadir a los suyos de su afán por conocer «el día y la hora». Por otro
lado, el futuro personal y colectivo provoca cierto vértigo y temor, debido a
que personalmente nos dirige, antes o después, a la muerte, y el final de los
tiempos se imagina y describe como una gran catástrofe. Con todo, las palabras
del Evangelio nos revelan que al final de nuestra historia nos aguarda el Señor
en poder y en gloria: «Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube». De
hecho, la Iglesia
colabora de dos modos en apresurar la venida del Señor al final de los tiempos:
primero, a través de la oración. Siendo conscientes de que «cada vez que
comemos de este pan y bebemos de este vino» anunciamos la muerte del Señor
hasta que vuelva, decimos «ven, Señor Jesús». Vivimos, pues, en la espera de
los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera confiamos alcanzar (Cf.
Prefacio I de Adviento). El segundo modo de acelerar la parusía es a través de
las obras. Por ello, el Señor advierte contra todo lo que debilita la
conciencia de que este día ha de llegar. Somos urgidos a evitar todo aquello
que nos adormece espiritualmente, impidiéndonos estar en pie ante el Hijo del
hombre. San Pablo, en la segunda lectura, nos dirige hacia el amor mutuo y
universal, remedio eficaz contra la anestesia que dificulta reconocer la
compañía del Señor en nuestra vida, que es la garantía de su retorno glorioso
al final de los tiempos.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de
las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los
hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo,
pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre
venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto,
levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado de
vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y
las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque
caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues,
despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por
suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Lucas 21, 25-28.34-36