XXXIII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
La
venida del Hijo del hombre
Cerramos con el pasaje de este domingo el conjunto de
lecturas dominicales del Evangelio de san Marcos, que hemos seguido durante el
año litúrgico que está a punto de terminar. Es común a los tres ciclos concluir
con episodios que nos orientan hacia la escatología, es decir, hacia el futuro
y las últimas realidades de la historia personal y universal. Sabemos que
nuestra sociedad experimenta la muerte como algo evidente pero convertido,
sobre todo últimamente, en un tabú. Sin embargo, para los primeros cristianos
la finalización de la vida no solo no era un tabú, sino que además pensaban que
el desenlace de la historia podía estar muy cercano. El discurso que el Señor
dirige hoy a sus discípulos nos permite situarnos en este contexto en el que
Jesús, por una parte, afirma la realidad del ocaso de la historia y, por otra,
nos da palabras de confianza y consuelo para, desde esta perspectiva, afrontar
la propia existencia.
El final de la historia
El lenguaje adoptado por el Señor para ilustrar cómo serán
«aquellos días» no es novedoso. La alusión al oscurecimiento del sol, de la
luna y de los astros nos remite a las imágenes escogidas por los profetas para
referirse a los acontecimientos últimos. Al mismo tiempo, las referencias al
término de la función para la que han sido creados los astros nos remiten al
primer capítulo del libro del Génesis, en el que Dios había creado la luz y
dispuesto los astros en el firmamento. Por lo tanto ese mundo, formado por
Dios, tal y como hoy lo vemos, llegará un día en el que dejará de existir, para
dar paso a un cielo nuevo y a una tierra nueva. Tampoco constituye una novedad
la caracterización de la antesala del fin como de «gran angustia». El pasaje de
Marcos asume, entre otros, el esquema presentado en la primera lectura por la
profecía de Daniel, donde se afirma que «serán tiempos difíciles como no los ha
habido desde que hubo naciones hasta ahora». El paradigma más representativo de
este género lo representará, algunos años más tarde, el libro del Apocalipsis
de san Juan, en el que no se ahorran imágenes cargadas de gran dramatismo para
trazar el final de la historia. Con todo, cada uno de estos libros está ligado
especialmente con circunstancias concretas que vivieron quienes bajo la
inspiración de Dios pusieron por escrito su Palabra. En concreto, para los
cristianos de la generación apostólica y posterior a ella estaba muy presente
la devastación de Jerusalén, en el año 70, por Vespasiano y Tito; destrucción
predicha por el Señor en el Evangelio, y vivida, cuando llegó, como un preludio
del fin del mundo.
«Pero mis palabras no pasarán»
El afán del hombre a lo largo de la historia por conocer
el instante y el modo en el que se consumará el fin del mundo puede eclipsar la
segunda parte del discurso del Señor, que, por otra parte, no pretende
describir físicamente ese final ni el momento en el que ocurrirá. La venida del
Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria supone la
constatación de que el hombre no está solo ante la incertidumbre del futuro.
Esa llegada nos recuerda a la primera venida del Señor en la humildad de la
carne. Ahora es la manifestación de la victoria definitiva de Cristo, que ya ha
tenido lugar. Por eso, «mis palabras no pasarán» significa que todo lo
realizado por el Señor no solo se revelará de modo rotundo en la conclusión de
la historia, sino que la mirada del cristiano hacia ese tiempo es de esperanza,
ya que Dios nunca nos abandona. Por lo tanto, hemos de huir de cualquier atisbo
de miedo y vivir llenos de esperanza, como peregrinos que se dirigen hacia el
Señor. En definitiva, vigilancia, pero también confianza en quien ha vencido
para siempre el mal.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna
no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se
tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran
poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro
vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de
esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las
yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto
sucede, sabed que Él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará
esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los
ángeles en el cielo ni el Hijo, solo el Padre».
Marcos 13, 24-32