Solemnidad
de Jesucristo Rey del Universo (ciclo B)
Un
Reino de amor y de verdad
En 1925 Pío XI instituye la solemnidad de Cristo Rey, con
la finalidad de que los creyentes tomáramos conciencia de que el reinado del
Señor no es solo un deseo, sino también una realidad. Si en un primer momento
la fiesta se ubicó el último domingo de octubre, a partir de la última reforma
del calendario, tras el Concilio Vaticano II, se coloca a modo de cierre del
año litúrgico. De este modo, se acentúa la vinculación del reinado de Cristo
con la segunda venida del Señor, guardando gran afinidad con la temática
escatológica, que predomina en las últimas semanas del tiempo ordinario y en el
inicio del Adviento. Al mismo tiempo, se destaca el carácter cristológico y
espiritual de este reinado, en conformidad con el pasaje evangélico que habla
de esta realeza.
«Mi reino no es de aquí»
La liturgia ha escogido para esta semana una de las
páginas más dramáticas del Evangelio: el proceso de Jesús ante Pilato, tal como
lo refiere san Juan. Jesús se presenta en el pretorio, acusado de querer
proclamarse rey, ante lo cual responde: «Mi reino no es de este mundo». La
escena ante el gobernador da ya sobrada muestra de ello, pues resultaría
incomprensible el ejercicio de una realeza, la manifestación máxima de poder,
en un contexto de humillación como el que describe Juan. Por segunda vez
insiste el Señor en que «mi reino no es de aquí». Sin embargo, es significativo
cómo Juan elige el final de la vida del Señor para mostrar su realeza y la cruz
como el trono desde el que el Señor reina. La realidad es que el Señor no ha
usurpado una realeza terrena, al igual que en otros lugares huye de ser
aclamado como mesías político. La tarea que el Señor se asigna como rey no es
otra que la de dar testimonio de la verdad, es decir, manifestar que Dios ha
venido al encuentro del hombre por amor, o, sencillamente, que Dios es amor.
Esta visión contrasta significativamente con los esquemas corrientes de reinado
por dos motivos. El primero, ya apuntado en el Evangelio, es que el poder está
unido a una posición de superioridad y, debido a la condición humana, se ejerce
a través del dominio muchas veces violento; por el contrario, la verdad y el
amor no se imponen por la fuerza, sino que llaman al corazón del hombre,
llenándolo de paz y alegría cuando permitimos que entren en nuestra vida. La
segunda razón estriba en que este reino se presenta como un misterio, en su
sentido teológico: un designio de Dios que se revela paulatinamente en la
historia. De hecho, el paso de los siglos nos ha permitido ver el apogeo y
posterior declive de imperios y reinos muy poderosos. Solo basta que se imponga
alguien con más poder para que desaparezca aquello que se creía eterno.
«Y su reino no tendrá fin»
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres
tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo
han dicho otros de mí?». Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los
sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia
habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es
de aquí».
Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?».
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo; para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad
escucha mi voz».
Juan 18, 33b-37