Fuente: ALFA Y OMEGA
I Domingo de Adviento (ciclo B)
¡Velad!
Uno de los aspectos más interesantes del acercamiento de
cualquiera de nosotros hacia la
Escritura es poder comparar el ambiente reflejado en ella con
la situación que podemos vivir actualmente, tanto desde el punto de vista
personal como desde el social o cultural. Habitamos un mundo científica y
técnicamente cada vez más avanzado; y con grandes progresos, en líneas
generales, en la cultura, la política y la comunicación. Con todo, a pesar de
disfrutar, sobre todo en Occidente, de una vida cada vez más cómoda, los
grandes logros contemporáneos no solo no consiguen responder a las preguntas
más profundas del hombre, sino que a menudo parecen ocultar o anestesiarnos
ante el verdadero sentido de la vida. Es como si se siguieran cumpliendo las
palabras de Isaías, escritas siglos antes del nacimiento del Salvador: «Nadie
invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos
ocultabas tu rostro». En efecto, donde el hombre aparece como el único señor de
la creación, parece que Dios se ha retirado. Surge entonces la añoranza del
pueblo de Israel, que puede ser la nuestra: «Vuélvete», «ojalá rasgases el
cielo y descendieses», es decir, se formula un grito del hombre hacia Dios para
que salga a nuestro encuentro. Para que este se produzca, no solo es preciso
que Dios se «manifieste» (otro de los términos clave de este período del año
que comenzamos), sino que el hombre ha de «volverse» hacia su Señor. Y es aquí
donde cobra sentido la llamada a la vigilancia.
Espera y esperanza
La mirada al Adviento nos suele remitir a dos realidades:
en primer lugar, al hecho histórico de la Encarnación y
Nacimiento del Salvador; en segundo lugar, al acontecimiento futuro de la
última venida del Señor, en poder y gloria, al final de los tiempos. Pensando
así no andamos desencaminados. E incluso podemos entender sin dificultad, si
hemos seguido el ritmo de las lecturas de los últimos domingos, que el final
del año litúrgico y el comienzo del Adviento coinciden en enfatizar el deseo de
la segunda venida. Pero hemos de dar ahora un paso más, para que la llegada del
Señor tenga repercusión en nuestra existencia y no nos dispersemos en la
nostalgia del pasado o en un simple anhelo del futuro. Aquí es donde nos sitúa
la segunda lectura de este domingo. La comunidad cristiana ansía la revelación
definitiva de Dios y Pablo exhorta a los cristianos a vivir de modo
irreprensible «el día de nuestro Señor Jesucristo». La perspectiva de Pablo y
de la primera comunidad cristiana es que la venida del Señor no consiste
exclusivamente en un momento futuro en el tiempo, sino en un lugar espiritual
en el que debemos caminar en el presente. Aquí entra en juego otro de los
términos preferidos del Adviento: la esperanza. Por ella poseemos ya ahora el mismo
futuro. No esperamos la parusía como el que aspira a una novedad absoluta. El
deseo de la segunda venida se fundamenta en que ya hemos conocido el testimonio
de Cristo. Tenemos constancia de que Dios se ha vuelto hacia el hombre por
medio de su hijo y la Iglesia
nos vuelve a recordar en esta época del año que el Señor ya no se ha retirado
ni nos ha abandonado.
Una llamada concreta al hombre
En definitiva, Dios ha entrado ya en el tiempo y en la
historia con su palabra y sus obras de salvación. Llevamos varios domingos en
los que el Señor, a través de distintas parábolas, nos ha insistido en que cada
uno, llegada la hora que solo Dios conoce, será llamado a rendir cuentas de su
existencia: de cómo ha vivido y de cómo ha puesto a rendir sus propias capacidades.
Esta realidad nos debe animar a vivir con un equilibrado desapego de los bienes
terrenos, con un arrepentimiento de nuestros pecados y, ante todo, a vivir con
mayor profundidad el amor a Dios y al prójimo. La llamada de Jesús a la
vigilancia no se dirige solo a quienes estaban en ese momento ante Él, sino a
nosotros, que 2.000 años después seguimos poniéndonos ante su presencia en la
celebración litúrgica en una disposición de esperanza alegre.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un
hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su
tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo
vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del
gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».
Marcos 13,
33-37