Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
Y su reino no tendrá fin
Formamos parte de una sociedad que, con sus naturales
diferencias en los modos de pensar, está fuertemente sensibilizada con la
solución de los problemas de las personas y con el deseo de dejar un mundo
mejor para las futuras generaciones. Con este punto de partida, plantear
un reino sin fin o un reino eterno nos sitúa,
a primera vista, en un escenario más propio de la Antigüedad o de tiempos
más modernos que preferiríamos que no hubieran existido, como los
totalitarismos del siglo XX. Sin embargo, no solo la Liturgia de la Palabra de este domingo,
sino distintos pasajes del Nuevo Testamento no vacilan a la hora de proponer al
Hijo de Dios como un rey destinado a reinar por siempre. El Apocalipsis lo
presenta como «el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el
fin» (Ap 22, 13). De hecho, este pasaje es citado y desarrollado por la
constitución pastoral Gaudium et spesdel Concilio Vaticano II para
hablar del Señor como fin de la historia humana, el punto en el que convergen
los deseos de la historia y de la civilización, y centro del género humano (Cf.
GS 45). Conocemos algunas referencias evangélicas a Cristo como rey, dada la
vinculación de estas con los momentos centrales de la vida del Salvador: desde
el anuncio de su nacimiento el Hijo unigénito es definido «rey», como mesías,
heredero de David, que según las promesas de los profetas inauguraría un reino
que no tendría fin (Cf. Lc 1, 32-33). ¿Cómo se compaginan estas expresiones de
«reinado sin fin», «primero y último», o «se me ha dado todo poder en el cielo
y en la tierra» (Mt 28, 18) con una respuesta real o la resolución de los
graves problemas que sufrimos en nuestra vida cotidiana? ¿Es aceptable y
relevante ese lenguaje para personas del siglo XXI?
Mi reino no es de este mundo
Para ello hemos de fijarnos en qué lugares de la vida de
Jesús se hace particular alusión a su reinado. Los momentos cercanos a su
pasión están repletos de esas referencias. No solo a través de expresiones como
el célebre interrogatorio de Pilato: «¿Tú eres rey?» (Jn 18, 37), sino también
en el modo de ser conducido hacia el Calvario, con corona y vestido de púrpura.
En ese momento, rodeado también de la mofa de las masas, Jesús puntualiza: «Pero
mi reino no es de este mundo» (Jn 18, 36). Sin duda, la vinculación de su reino
con la cruz presagia ya un ejercicio peculiar de las «funciones de la corona».
Será aquí donde hallaremos el sentido de la referencia de Jesús a sí mismo como
rey.
Reinar es amar
No podemos olvidar que, aunque Jesús se considera rey,
siempre rechazó ese título cuando era comprendido en sentido político, como los
jefes de las naciones. El ejercicio concreto de su reinado se ha de ver, ante
todo, como la revelación y la realización de la realeza del Padre. La profecía
de Ezequiel, que escuchamos como primera lectura, nos habla de Dios como pastor
que cuida, apacienta, venda a la oveja herida, fortalece a la enferma; sin
olvidar que también juzga entre oveja y cabra, entre carnero y macho.
Precisamente, de este juicio es del que habla Jesús a sus discípulos en el
Evangelio. Habla de un juicio solemne, pero también nos da los criterios para
salvarnos: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber».
En el amor, concretado a través de las obras de misericordia está el centro de
la legislación de ese rey «absoluto», en el que no hay separación de poderes,
porque gobierna, legisla y juzga con el único criterio de revelar el inmenso
amor del Padre hacia nosotros. Y, por último, la humillación y la muerte en la
cruz no son sino la prueba extrema de que su poder se manifiesta en el amor.
Cristo resucita y reina eternamente solo tras haberse mostrado hasta el final
su entrega por los hombres.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se
sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y
pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el
rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el
reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y
me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me
hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor,
¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?;
¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo
te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En
verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis”. Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos
de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber,
fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo
y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también estos contestarán: “Señor,
¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la
cárcel, y no te asistimos?”. Él les replicará: “En verdad os digo: lo que no
hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y
estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».
Mateo 25, 31-46