Por su indudable interés histórico y ser reflejo de lo que sentimos con la partida de tan ilustre
sacerdote quienes le conocimos, transcribimos la magnífica crónica necrológica
publicada el pasado lunes 9 de octubre en Diario de Jerez y firmada por N.H.D.
Marco A. Velo García en su sección JEREZ ÍNTIMO.
¿Por quién doblan las campanas en San Miguel?
Un rumor afónico, ininteligible, se expande calle Barja
arriba. Suena a réquiem con ojeras. La noche es un subterfugio que anuncia el
vestigio de lo imponderable. La
Plaza León XIII destila ya una oscuridad fría como el témpano
del tempus fugit. El silencio aquilata los muros centenarios del templo
catedralicio que se alza como sombra gigantesca en la moldura de la vista
alzada. La calle San Miguel empina su tránsito ahora hueco de transeúntes.
Sabíamos por Quevedo que la virtud en la enfermedad se perfecciona. Pero no
hallamos ya vestigios de enfermedad derramada al albur. Casi todas las
casapuertas parecen cavernas de atávicos desgarros. Una mudez aplastante
ensordece la nada. Y agavilla la mismidad de un barrio de tabancos antiguos
como la sepia del serrín desparramado por las solerías y las soleares de un
quejido mesiánico.
¿Qué conato de aciaga noticia silban los arcángeles -hoy
circunspectos- del retablo mayor de la memoria colectiva jerezana? Alguien -voz
en off- explicita que una sotana menuda de estatura, negrísima como la
caligrafía pendolista del cronista local o del Escribano Primero de la Villa , ha ejercido de factor
de cohesión durante las últimas cuatro o cinco décadas por esta collación de
reminiscencias napolitanas y ecos de seguiriyas de Manuel Torre. ¿Una sotana
negra como factor de cohesión social? ¿Negra como el barrunto de la muerte? ¿O
negra como el opaco túnel de la implosión que conduce a la luz de la Vida Eterna ? Jerez
parece dormido cuando aún no han sonado las veintidós horas en el reloj
indeleble e inefable de la ciudad... Huele a esquela de rango ilustrísima.
Comoquiera que el olfato pleitea con el asalto a quemarropa, enseguida nos
percatamos -a la defensiva- del olor a ausencia. Ya escribió Ramón, Ramón a
secas, el Ramón de las vanguardias literarias, que “la nariz apercibe cosas que
la razón no comprende e incluso hasta llega a telepatías extremas”. Huele, sí,
a madera de dosel pero también a madera de féretro, huele a piel de cartera
hinchada de informes del Tribunal Eclesiástico, huele a cordón blanquiazul de
tratamiento ilustre de Académico de Número, a biblioteca añosa de obras de
Santo Tomás de Aquino, a vocalización de adusto pronunciamiento, a voz de
madrugón de mañana de procesión de Minerva, a prédica de Función Principal de
Instituto de Cofradía de nazarenos de clara vocación sacramental, a manos
limpias de Primera Comunión de niños de la Plazuela , a erudición teológica de párroco de
envergadura intelectual, a pedaleo apostólico por las distintas etapas de la
intrahistoria reciente, a archivo añejo de partidas de nacimiento, a
presidencia de Cabildos de Oficiales en salas capitulares siempre limpias como
los chorros del oro gracias al buen hacer de Pedro García Rendón y Enrique
Hernández Patiño. Huele a cercanía de esparto de presidencia de palio en la
madrugada del Viernes Santo…
Un vacío asfixiante se apodera de la feligresía. Adjetivos
enlutados esconden su fulgor lírico. En un repente campanas de la torre más
alta entonan la rítmica elegía del obituario. ¿Por quién doblan las campanas en
San Miguel? ¿Por quién? ¿Por el acento lebrijano de preclara oratoria que el
domingo -cada día del Señor de los últimos cuarenta y tantos años- proclamaba la Palabra de Dios con su
deje que a tantos nos embelesaba? ¿Doblan por el párroco histórico, por el
párroco emérito, don Ángel Romero Castellano “aquí en la tierra como en el
cielo”? La anochecida se torna poema de Julián Pemartín en la Semana Santa de 1929,
primera salida del Santo Crucifijo de la Salud , e impreso ulteriormente en la edición del
periódico ‘Ayer’ de la
Semana Mayor de 1937. Sí, hoy San Miguel parece noche de
estación penitencial de la cofradía pero sin público en las calles de su
barrio. “Como a un conjuro callado/ se abre la gigante puerta/y a ese conjuro
ha quedado/ la plaza en silencio yerta”. Ha fallecido don Ángel y como en “la
noche del Jueves Santo,/¡con muerte de Dios cargada!,/ en San Miguel suena el
llanto/ de una doble campanada”.