XXX Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
El mandamiento principal
El Evangelio de este domingo nos recuerda que toda la ley
divina se resume en el amor a Dios y al prójimo. Con ello, Jesús, sin añadir un
nuevo precepto, cumple la revelación antigua, realizando en sí mismo la
síntesis que nos presenta. Es precisamente en la celebración eucarística donde
percibimos con mayor nitidez la muestra máxima de amor a Dios y al prójimo que
Jesús realiza. Y el Señor no solo muestra este amor, que es entrega máxima,
sino que, alimentándonos de su cuerpo y su sangre, nos lo comunica. Únicamente
recibiendo esa capacidad de amar, se realiza la verdadera conversión de la que
san Pablo nos habla en la segunda lectura de la Misa.
El resumen de la ley de Dios
Por otro lado, el mandato del doble amor nos señala que el
amor es el compendio de toda la ley divina. Ciertamente, los fariseos no tenían
buenas intenciones al plantear a Jesús la cuestión sobre el principal
mandamiento de la ley, ya que «trataban de ponerlo a prueba». Pero,
independientemente de su finalidad, la pregunta no carecía en absoluto de
sentido. La ley comprendía multitud de preceptos, que a lo largo de los siglos
se habían convertido más en una limitación a la libertad que en una ayuda
eficaz para la salvación del hombre. Hasta 613 preceptos, de los cuales la
formulación comenzaba por «no…» en unos y «harás» o «debes» en otros. Entre
tanta disposición no era extraño querer hallar un principio unificador. Por
desgracia, aún hoy en día muchos no creyentes y también cristianos practicantes
piensan que la Revelación
de Dios que Jesucristo nos ha traído consiste en explicarnos un compendio de
mandatos y prohibiciones; algo que la Iglesia continuaría, secundando el mandato del
Señor. Si reducimos el cristianismo a esto, estamos circunscribiendo la fe
únicamente a una lista de reglas morales, perdiéndonos lo esencial de la
salvación de Dios.
El precepto del amor a Dios y al prójimo no trata de
aniquilar todo lo que se había recogido en la ley y los profetas, es decir en
el Antiguo Testamento, pero sí busca presentar la misión de Cristo y, en último
término, el designio de Dios, como algo que trata no de coartar, sino de
liberar; no crear nuevas normas, sino buscar el sentido y el motor de todas
ellas. Frente a la pregunta capciosa de los doctores de la ley, el Señor no
elige uno de los múltiples preceptos, sino que, partiendo del amor, unifica
bajo este concepto lo que en la
Escritura aparecía de manera dispersa, tanto en Deuteronomio
6, 5 (amar a Dios con todo el corazón), como en Levítico 19, 18 (amar al
prójimo como a uno mismo).
La concreción del amor
Puesto que el amor es una de los conceptos que puede
quedar sin contenido si no se concreta, la primera lectura completa en cierto
sentido el pasaje evangélico, poniendo ante nosotros cuatro ejemplos de cómo
realizar ese amor: la ayuda al forastero nos impulsa a atender a quien viniendo
desde otra tierra necesita de nuestra atención; el mandato de no explotar a la
viuda o al huérfano nos recuerda que el amor no es abstracto, sino que se
ejecuta precisamente con las personas más desamparadas por la sociedad, como
eran estos grupos de personas en tiempos de Jesús y pueden ser otras personas
hoy en día (ancianos, quienes viven en soledad); el modo de actuar con el pobre
cuando nos pide un préstamo nos advierte que Dios considera como dirigido a sí
mismo el trato que damos a estas personas, y que, si un pobre es humillado,
Dios mismo es humillado.
No debemos olvidar que el ejemplo supremo de amor nos lo
muestra el Señor en la cruz, dando su vida por nosotros. Él mismo nos recuerda
asimismo que no solo debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, sino que
hemos de amar incluso a nuestros enemigos, algo inaudito en aquella época para
quienes acompañaban a Jesús.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que
Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de
ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál
es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es
el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como
a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la ley y los
profetas».
Mateo 22,
34-40