XXIX Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
Dar a Dios lo que le pertenece
En tiempos de Jesús Palestina formaba parte del Imperio
romano. Esto implicaba que los judíos debían pagar tributo al César. Esta
imposición no solo tenía consecuencias económicas, sino que era considerada
como una humillación para los habitantes de esta región. Aparte de las
connotaciones económicas, sociales o políticas, para los judíos fervientes esta
obligación representaba también un problema religioso, debido al hecho de tributar
en beneficio de un emperador pagano. Por eso, la pregunta trata de poner contra
las cuerdas a Jesús, ya que justificar el impuesto al César supondría
considerar al Señor traidor a Dios y al pueblo elegido, y cómplice del poder
pagano; por el contrario, rechazar este pago acarrearía la denuncia de Jesús
ante las autoridades romanas por subversión. De hecho, en el relato de la Pasión de San Lucas se
acusa precisamente a Jesús de esto. Pero el Señor, lejos de amedrentarse ante
esta pregunta capciosa, les devuelve la cuestión, haciéndoles ver que también
ellos se aprovechan de la dominación, usando el dinero romano para su vida
cotidiana. Además introduce un elemento inesperado en su respuesta: «a Dios lo
que es de Dios». Con esta respuesta, no centra la cuestión solo en la dimensión
política o en la relación que debe existir entre la esfera civil y la
religiosa.
El hombre, imagen de
Dios
Si ponemos en Evangelio de este domingo en relación con la
primera lectura, tomada de la profecía de Isaías, observamos que Dios aparece
como quien dirige la historia, con independencia de la época, los gobiernos o
los acontecimientos concretos que la conforman. Por eso, ningún poder terreno
puede ponerse en el lugar de Dios. Así se explicita al afirmar el Señor varias
veces que «yo soy el Señor y no hay otro fuera de mí». Incluso el emperador
persa Ciro es, sin saberlo, instrumento de un plan más grande, que solo Dios
conoce y lleva a cabo. Por otro lado, con la afirmación de Jesús sobre la
necesidad de a «dar a Dios lo que es de Dios» se pone de manifiesto que, al
igual que la moneda lleva la efigie del César, el hombre lleva plasmada la
imagen de Dios, tal como aparece en el relato de la creación, del libro del
Génesis. Por lo tanto, Dios ha escogido al hombre, por Él creado, para reflejar
su imagen, es decir, su gloria. De este modo se pone en evidencia que la misión
del Evangelio y de la Iglesia
no es únicamente recordar la justa distinción entre la esfera política y la
religiosa, sino esencialmente la de hablar de Dios y recordar a los hombres el
derecho de Dios sobre lo que le pertenece, es decir, sobre nuestra vida. Puesto
que Dios es santo, nos corresponde a nosotros reflejar la imagen de su
santidad.
Vivir integrados en la
sociedad
Desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia no se distinguió
al cristiano por su rebelión frente a los poderes políticos establecidos, sino
por su empeño por integrarse en la sociedad concreta de la que formaba parte,
tratando de transformarla a la luz del Evangelio. Es lo que ocurría en los
primeros siglos y es la misión que tenemos por delante. La constitución
pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II nos ayuda a
comprender también cuál ha de ser hoy la función del creyente en medio de la
cultura en la que vive. Sin embargo, la autonomía de las realidades temporales
no significa que el cristiano deba renunciar a participar de los asuntos de la
vida política o que deba esconder su condición de creyente ante los demás.
Aceptando los legítimos poderes, el cristiano tiene también la misión de
manifestar en su vida pública y privada lo que es y lo que piensa.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y
llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron
algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: «Maestro, sabemos
que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que
te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas:
¿es lícito pagar impuesto al César o no?». Comprendiendo su mala voluntad, les
dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del
impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta imagen
y esta inscripción?». Le respondieron: «Del César». Entonces les replicó: «Pues
dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Mateo 22, 15-21
Tributo monetario de Tiziano. National Gallery |