Todo aquél que dedique tiempo, aunque sea gratis et amore,
al menester de leer y juzgar lo leído habrá comprobado que únicamente una
novela y un ensayo figuran en casi todos los rankings del año 2013; la novela
se llama Intemperie y el ensayo Biografía del silencio.
Dichos rankings adolecen de una motivación comercial que los inhabilita, en
principio, para sentar cátedra sobre la calidad literaria, más bien pueden
servir para hacerse cargo de lo que lee la gente que lee, que no es poco.
En un momento en que nuestra vacía y sedienta sociedad occidental
empieza a mostrar signos de saturación de panaceas, especialmente de panaceas
orientales, Pablo d’Ors explora las bondades de la meditación sin sucumbir a la
tentación de vender humo auspiciado por el efecto narcótico que provoca todo lo
hindú. Sorprende que sea un sacerdote católico, rayano en lo heterodoxo y
ciertamente ecléctico, el que, tras una concienzuda experiencia de meditación y
un estudio exhaustivo de sus fuentes, nos brinde un ensayo de colosal artesanía
para convencernos de que Oriente tiene algo que ofrecernos más allá del yoga y
del ginseng. Pero que nadie se asuste: aunque el libro lo escriba
un cura, no se encuentran en el mismo ni moralinas ni juicios teológicos, sino
tan sólo la historia personal de un escritor que un día decidió plantarle cara
al aparente sinsentido de su existencia: normalmente estoy a la deriva.
“A la deriva” es la expresión más exacta: a veces aquí, meditando, a veces
quién sabe dónde (…). Soy algo así como un barco, y más una frágil barquichuela
que un sólido trasatlántico. No hay lugar para el desánimo; el
sacerdote partió, como leemos, del estadio espiritual más común entre los
hombres del siglo XXI: la angustia.
Habrá a quien le cueste forzar sus prejuicios cristianos para iniciarse
en una práctica que, por el método, parece novedosa, si bien la tradición
cristiana no ha rehuido jamás el trato con todo lo bueno que de Oriente se
pueda aprovechar; no debemos soslayar que el Nazareno actuaba y hablaba como el
oriental que era. Pero no se precisan grandes dotes interpretativas para
maliciarse que el ciudadano contemporáneo, cristiano, agnóstico o ateo, ha
abdicado de su necesidad de meditar. De este modo, vivimos ahogados por las
expectativas ilusorias, de cuya imposibilidad de realización dependen todas
nuestras frustraciones: lo bueno de la meditación es que, en virtud de
mi ejercicio continuado, empecé a desechar de mi vida todo lo quimérico y a
quedarme exclusivamente con lo concreto. Como arte que es, la meditación ama la
concreción y refuta la abstracción. Quien abandona la quimera de los sueños
entra en la patria de la realidad. Y la realidad está llena de olores y
texturas, de colores y sabores que son de verdad. La meditación, lejos
de contribuir al levantamiento de castillos etéreos no hace sino pegarnos a la
realidad tal como es, puesto que bajo su apariencia prosaica, la vida,
cualquier vida, es mucho más hermosa e intensa que la mejor de las fantasías.
Lejos de requerir extenuantes esfuerzos de introspección, el método
patrocinado por d’Ors no se asemeja a los mecanismos de terapia cognitiva a los
que nos tienen acostumbrados los psicoanalistas. Se reduce a sentarse en
silencio y acallar el ruido de nuestro alma: para vivir en la realidad,
debemos demoler los sueños que nos han encarcelado; sueños fabricados con un
material poco fiable.
Para el autor, vivir es meditar. El silencio se le antoja lo más
íntimamente humano, y la meditación el estado natural del hombre. El rechazo de
la meditación coloca al ser humano en una posición de debilidad y de ahogo,
como demuestra la cantidad de dolencias del alma que aquejan al hombre de hoy.
El que no medita tiende ineludiblemente a vivir a la baja, a dejarse vencer por
el torrente imparable de lo cotidiano, sin pasión, sin seriedad, sin
entusiasmo, ahítos de estímulos pero huérfanos de sentido. La meditación nos
simplifica y nos ayuda a recuperar la capacidad de admiración y la
confianza: creo que para escribir, como para vivir o para amar, no hay
que apretar sino soltar, no retener sino desprenderse. La clave de casi todo
está en la magnanimidad del desprendimiento. Desprendido también de
las experiencias sensibles, en las que sin éxito buscamos la tranquilidad del
espíritu: las experiencias, si vive uno para coleccionarlas, nos
zarandean, nos ofrecen horizontes utópicos, nos emborrachan y confunden.
En definitiva, un libro que invita a la quietud merece un sitio en
nuestras librerías, a menudo atestadas de libros de acción. Puesto que la
meditación aumenta nuestra capacidad de percepción y refina nuestra
sensibilidad, Biografía del silencio es un manual de
instrucciones para echarle un pulso a la nada. Y ganarlo.
Pablo d’Ors (Madrid, 1963) es escritor. Discípulo del monje y teólogo Elmar
Salmann y nieto del filósofo y crítico de arte Eugenio d’Ors, nace en el seno
de una familia de artistas y se educa en un ambiente cultural alemán. Estudia
en Viena, Roma y Praga. Se ordena sacerdote en 1991, se doctora en teología en
1996 y publica su primer libro —El estreno (Anagrama)— en el 2000. A esta colección de
relatos, siguieron las novelas Las ideas puras (Anagrama,
2000), Andanzas del impresor Zollinger (Anagrama, 2003), El
estupor y la maravilla (Pre-Textos, 2007), Lecciones de
ilusión (Anagrama, 2008) y El amigo del desierto (Anagrama,
2009). Ha sido coadjutor parroquial y profesor de teología mística y
fenomenología de la religión (1996-2000), capellán universitario y profesor de
dramaturgia (2001-2005) y capellán hospitalario y crítico de literatura
centroeuropea en el ABC Cultural (2006-2012).
Pablo D´ors. Biografía del silencio. Siruela,
2013. 116 páginas. ISBN: 9788498418385