XXV Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
Una puerta abierta a todos
Sabemos que quien prepara un discurso, especialmente si va
a tener repercusión pública, a menudo ayuda a los periodistas a que se centren
en frases o expresiones significativas que sirven de titular. Son locuciones
que suelen condensar en pocas palabras cuanto se ha dicho en varias líneas o,
incluso, páginas. Este recurso es un instrumento muy útil para la comunicación.
Los textos bíblicos y, en concreto, los evangélicos, también contienen no pocas
veces este tipo de frases de especial resonancia, que, ya sea por su presencia
más abundante en la liturgia, ya sea por su contenido o forma, destacan más que
otras. No es raro encontrar estas expresiones al final del pasaje que es leído
en la Misa. Si
tuviéramos que escoger una frase que resumiera el Evangelio de este domingo,
probablemente nos decantaríamos por «los últimos serán primeros y los primeros,
últimos».
Pero lo que a primera vista es una ayuda hacia la claridad
de lo que se pretende transmitir, puede ser al mismo tiempo un obstáculo. Con la Escritura se corre el
riesgo de percibir estas expresiones como meros eslóganes publicitarios, a no
ser que se ahonde en su significado. No basta, pues, con concluir que el
Evangelio nos advierte de que en la vida eterna habrá como una especie de
cambio de tornas.
El significado del
denario
Si hay un factor común en todos los jornaleros que el
propietario contrata para trabajar en la viña es que todos obtendrán un denario
por día trabajado. Evidentemente, si reducimos el pasaje a términos económicos,
no se comprende lo sucedido y, hasta resulta injusto, tal y como el Señor
señala al explicar la parábola. Tampoco es suficiente, en cierto sentido,
invocar la omnipotencia de Dios, justificando decisiones arbitrarias por su
parte. En realidad, el significado del denario es la vida eterna. Jesús nos
está diciendo que la paga que el Señor da a sus trabajadores es la
participación en su propia vida. Ese es el salario que Dios reserva a todos,
hayan llegado antes o después. Y esto es algo que no puede convertirse en
simple moneda. Precisamente, quienes son considerados últimos, si lo aceptan,
se convierten en los primeros, mientras que estos pueden correr el riesgo de
acabar últimos.
Ser llamados a
trabajar en la viña
La parábola comienza con un nítido mensaje: es Dios quien
sale a llamar a los trabajadores. Además, no se observa reticencia por parte de
los contratados a la hora de aceptar el nuevo empleo. Ser llamado constituye de
por sí una recompensa: poder trabajar en su viña. Colaborar con su obra es ya
un premio para quien ha sido alcanzado por el Señor. Así lo constata la
expresión «nadie nos ha contratado», denotando cierta tristeza por parte de
quienes se encuentran con el dueño de la viña ya que, naturalmente, desean
participar del salario que se les ofrece. Por otra parte, el propietario quiere
que todos trabajen en su viña. Desea que todos los hombres participen en una
tarea que él nos encomienda.
Las necesidades de
cada persona
Cuanto aquí se ha afirmado nos muestra también que cada
persona tiene unas necesidades y unos momentos particulares. La misma sociedad
ha comprendido que no puede basarse únicamente en la justicia distributiva. El
pasaje de hoy permite comprobar que las personas no somos simples medios de
producción de resultados, casi siempre económicos. Al mismo tiempo, nos
estimula a valorar la importancia y la suerte que supone poder disfrutar del
trabajo. De ahí la frase del Señor: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin
trabajar?».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos
esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al
amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con
ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media
mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también
vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia
mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a
otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin
trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id
también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama
a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por
los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también
recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el
amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a
nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago
ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete.
Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer
lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
Mateo 20, 1-16