XXVI Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
El cumplimiento de la voluntad del Padre
Para comprender con claridad el sentido de las palabras
del Evangelio de este domingo es preciso conocer algo sobre los personajes que
aparecen en el relato. Jesús dirige sus palabras no a una generalidad de
oyentes, sino a un público muy concreto: los sumos sacerdotes y los ancianos
del pueblo. Esto ayuda a comprender mejor el alcance de la parábola.
Los guías del pueblo
Los sumos sacerdotes constituían la cabeza de la estructura
cultual de Israel. Sus funciones se concretaban fundamentalmente en dos: el
servicio del culto y el servicio de la palabra. Eran, por tanto, los ministros
del culto, los guardianes de las tradiciones sagradas y los portavoces de la
divinidad. Su labor principal consistía en ofrecer el sacrificio, en el que
aparecía en plenitud su función de mediador, al presentar a Dios la ofrenda de
los fieles. También tienen el cometido de oficiar la expiación por el perdón de
los pecados y de dirigir cualquier rito de consagración o de purificación. En
tiempos de Jesús la misión de la palabra no era ejercida ordinariamente por
este grupo, sino por los escribas laicos, pertenecientes en su mayoría al grupo
de los fariseos. Los ancianos, por su parte, eran personas que gozaban de gran
estima y prestigio por parte del pueblo. No necesariamente eran mayores, pero
debían tener una madurez y prudencia que sirviera de referencia para tomar
decisiones en una comunidad concreta.
Los dos hijos
Así pues, cuando Jesús narra esta parábola tiene frente a
él a la referencia religiosa y moral de Israel. Sin embargo, el Señor no
valorará la función del culto ni de la prudencia en las decisiones. Les habla
del cumplimiento de la voluntad del Padre. Con este concepto condensa su misión
y, por lo tanto, la de quienes están dispuestos a seguirlo. Con la imagen del
trabajo en la viña, que representa el trabajo por el reino de los cielos, el
Señor presenta dos alternativas: la de quien se muestra dispuesto a esa tarea y
la de quien se niega, pero después se arrepiente y va. Sin duda, el Señor se
está dirigiendo precisamente a los sacerdotes y ancianos de Israel. La denuncia
a las instituciones más sagradas del pueblo no aparece por primera vez en la
predicación de Jesús. Ya los profetas, en el Antiguo Testamento hicieron una
férrea crítica del culto vacío y de quienes utilizaban el nombre de Dios para
provecho propio. Jesús acusa directamente a los sumos sacerdotes y a los
ancianos de no mostrar la fe con sus obras, cuando dice: «vino Juan a vosotros
enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis». Como contrapunto,
sitúa al hijo que contestó «no quiero», pero luego se arrepintió y fue. El
modelo de esta actitud para el Señor son los publicanos y las prostitutas, los
pecadores oficiales en Israel.
El modelo de Cristo:
llamada a la humildad
Dado que ninguno de nosotros podemos ponernos como ejemplo
de cumplimiento de la voluntad de Dios, el pasaje supone una llamada insistente
a la humildad en dos vertientes: en primer lugar, para no creernos superiores a
nadie. Los sacerdotes y ancianos se consideraban a sí mismos la referencia
religiosa y moral que el Señor desmonta; en segundo lugar, arrepentirnos de
corazón, ya que como los publicanos y las prostitutas necesitamos de la misericordia
divina. La oración del comienzo de la
Misa afirma precisamente: «Oh Dios, que manifiestas tu poder
sobre todo con el perdón y la misericordia». Además, la primera lectura afirma
del malvado: «si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente
vivirá y no morirá». Puesto que el arrepentimiento es un don de Dios, hemos de
fijarnos en el «tercer hijo» del Evangelio; el que no se cita; el que aceptó
voluntariamente ir y fue. De este, del Señor, nos habla la segunda lectura,
cuando dice que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una
muerte de cruz».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos
hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. Él
le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al
segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién
de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús
les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por
delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros
enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los
publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no
os arrepentisteis ni le creísteis».
Mateo 21, 28-32