XXIV Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
Perdonar siempre
Si examinamos la Sagrada Escritura
no son pocos los pasajes que hacen referencia a las ofensas realizadas a otros
y al perdón de Dios. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la Palabra de Dios está
impregnada de algo que acompaña al hombre desde nuestros primeros padres: el
pecado y la necesidad de perdonar. Al mismo tiempo, la Escritura quiere
mostrarnos que el perdón tiene primacía sobre el pecado. De igual manera que
Jesucristo ha vencido a la muerte y esta ya no tiene dominio definitivo en el
mundo, el pecado y las ofensas tampoco tienen el poder de prevalecer sobre el
bien. El perdón es un modo de manifestar en nuestra vida cotidiana que el
pecado puede ser borrado.
En este domingo, la primera lectura y el Evangelio de la Misa concuerdan plenamente en
subrayar la relevancia del perdón para la vida del hombre. El punto de partida
de ambos textos es que todos somos pecadores y todos tenemos algo que ha de ser
perdonado. Y esto nos ha de hacer humildes y sencillos frente al hermano. El
hecho de que poco después de la creación del hombre aparezca la desobediencia
al plan de Dios significa que, desde ese momento, la humanidad está marcada por
ese signo y que es preciso ser perdonados.
«Hasta 70 veces siete»
En la pregunta que Pedro, como portavoz de los discípulos,
lanza al Señor, se da por supuesto que a lo largo de la vida se reciben
ofensas. El apóstol quiere saber si existe un límite al perdón. Con la
respuesta «no te digo hasta siete veces, sino hasta 70 veces siete» Jesús
señala que el perdón ha de ser ilimitado e incondicional. El argumento del
Señor para semejante respuesta es la naturaleza del reino de los cielos, es
decir, el modo de ser de Dios. No obstante, la parábola presentada por el Señor
pone de manifiesto que por muy misericordiosos que nos consideremos con los
demás, mayor indulgencia tiene Dios con nosotros; y la medida que usemos con
los otros será la que el Padre celestial utilizará con nosotros.
El perdón de corazón
El Evangelio de este domingo habla de súplica de perdón:
«arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo». Asimismo, se refiere a la
paciencia y a la compasión en más de una ocasión. En continuidad con la primera
lectura, se pone de relieve que no estamos ante una simple deuda o litigio de
carácter económico, sino que el daño causado afecta a lo más íntimo del hombre.
Se trata de una ofensa que llega hasta lo más profundo. El Evangelio no esconde
las reacciones espontáneas, a veces de un modo crudo y dramático, cuando, por
ejemplo, se alude al estrangulamiento. Tampoco el libro del Eclesiástico oculta
los deseos y pecados más difíciles a menudo de erradicar, como son el rencor,
la ira o el deseo de venganza. Con todo, hay algo que no pasa desapercibido: se
pone en juego toda la persona. Ante una ofensa recibida de cierta entidad,
cuando se suplica un perdón verdadero, ha de ser concedido. Se establece en la
persona ofendida una lucha entre los deseos de venganza y de rencor y la
búsqueda de la verdadera reconciliación.
Para que esta sea auténtica es preciso fijarse en la
misericordia de Dios con nosotros. «El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia», escuchamos en el salmo responsorial de la Misa. Es inútil que
tratemos por nuestras fuerzas de ser indulgentes con los demás. Cuando el Señor
pone ante nosotros la parábola del rey misericordioso y del siervo sin
entrañas, lo hace para que nos fijemos en cómo es Dios con nosotros. Del mismo
modo, en el padrenuestro pedimos a Dios que nos perdone nuestras ofensas «como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Dios es el modelo y quien
nos garantiza, en definitiva, que nosotros podemos perdonar de corazón a los
demás.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le
preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?
¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta 70
veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso
ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron
uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó
que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que
pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten
paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. Se compadeció el señor de aquel criado
y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el criado aquel
encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo
estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a
sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero él
se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus
compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su
señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado!
Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también
tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor,
indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo
hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su
hermano».
Mateo 18, 21-35