XXVI Domingo del
tiempo ordinario (ciclo C)
Lázaros
Probablemente este texto sea uno
de los más hermosos de todo el Evangelio de Lucas. Jesús se dirige a los
fariseos, amantes del dinero, quienes se burlan de las enseñanzas de este nuevo
Maestro, que advierte sobre el peligro de aferrarse a las riquezas. Y a ellos
se dirige por medio de una sapiente parábola en la que contrapone la situación
de dos protagonistas en vida –un rico y un pobre–, y la posterior y consecuente
situación de ambos tras la muerte.
El rico anónimo
Comienza el relato describiendo
al hombre rico que personifica a quien posee riquezas y está cerrado a
compartir sus bienes con los demás. No sabemos su nombre. La tradición
cristiana lo denomina epulón, por el termino griego usado en el relato, cuyo
significado es rico. Su estilo de vida es ostentoso y su actitud, escandalosa:
vestía de púrpura y de lino, y banqueteaba espléndidamente cada día. No solo es
rico, sino que despilfarra inútilmente su fortuna en cosas superfluas. Jesús no
recrimina tanto su riqueza, cuanto su insensibilidad para ver a los pobres que
malviven junto a él y su falta de caridad para compartir sus bienes con ellos.
El mendigo Lázaro
Frente a esta escena aparece la
figura de Lázaro: un mendigo, en extrema pobreza, echado a la puerta del hombre
rico, solicitando ayuda. Es curioso que Lázaro sea la única persona que recibe
nombre en todas las parábolas de Jesús. La puerta de la casa donde se encuentra
establece un límite y una enorme división no solo de espacios, sino también de
mundos y realidades distintas. Mientras en el interior de la casa se tira el
alimento al suelo sin ningún escrúpulo, Lázaro se muere de hambre y ni siquiera
logra recibir las migajas de pan que caen de la mesa. Lázaro, que es pobre,
contempla de cerca y está rodeado por la riqueza; porque, ¡casi siempre!,
pobreza y riqueza, aunque son dos realidades opuestas, coexisten cercanas.
Mientras el cuerpo del rico está
vestido lujosamente de púrpura y de lino, el cuerpo de Lázaro está cubierto de
llagas. Lázaro tiene hambre, está enfermo… y nadie le socorre; son los perros
las únicas criaturas que perciben la miseria y degradación de este hombre y le
consuelan con sus lamidos.
Finalmente, ambos murieron. Los
dos, que fueron tan diferentes en vida, tuvieron el mismo fin, pero no el mismo
destino. El rico fue enterrado, devuelto al seno de la tierra, como requería la
dignidad de todo judío. Sin embargo, la tierra es también el hogar de los
muertos y, en el caso de este rico, el paso al tormento del infierno. Por
contra, Lázaro fue al seno de Abrahán, el hogar de los vivos, y el destino
feliz para todos los judíos descendientes del patriarca.
El rico, que no prestaba
atención a Lázaro en vida a la puerta de su casa, se sorprende ahora al verle
junto a Abrahán y solicita que le ayude a él y a su familia. Pero Abrahán –que
reconoce al rico como hijo– clarifica que es demasiado tarde para poder
ayudarle. Abrahán reitera que la gran ayuda es escuchar las Escrituras, que
hablan de este destino final; pero el rico protesta porque reconoce la
improbabilidad de que sus hermanos escuchen el mensaje de las Escrituras, como
le ha ocurrido a él. ¿Qué decir ante esto?
Reflexión final
Podríamos sacar muchas
consecuencias de esta sabia parábola. Jesús la dirige a los fariseos, que
presumían de conocer la Ley
y los Profetas, y eran ricos apegados al dinero y cerrados a vivir en serio la
palabra de Dios. Jesús les dice que si son como este hombre rico en vida,
también serán como él tras la muerte. Y de esta forma les advierte de que las
riquezas no son capaces de asegurar la salvación del hombre, sino que pueden
conducir a su ruina.
El pecado del rico no fue su
riqueza, sino su dureza de corazón. No tuvo compasión con el mendigo que pedía
ayuda a la puerta de su casa, mientras él derrochaba inútilmente sus bienes. La
parábola enseña que quien desprecia al pobre, desprecia también a Dios; quien
ama las riquezas más que al pobre, las ama más que a Dios, y es idólatra.
También hoy muchos ricos
derrochan espléndidamente cada día los bienes que, en justicia, pertenecen a
los más pobres de la tierra. Todos pensamos en las grandes multinacionales que
manejan gobiernos y mercados globalizados, y que en su carrera van dejando
miles de pobres en las cunetas de nuestra sociedad. Pero, también nosotros, a
menor escala, nos dejamos seducir por la fascinación de la riqueza y nuestro
corazón se resiste a compartir aun lo poco que tenemos. Los pobres conviven
entre nosotros; hay lázaros que llaman a nuestra puerta. Probablemente no
podemos solucionar todas las situaciones injustas del mundo, pero ¿cuál es tu
actitud? ¿Te identificas más con Lázaro o con el rico? No te cierres al
egoísmo. Sé caritativo. Ábrete a la compasión.
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Lucas 16, 19-31