XXV Domingo del tiempo
ordinario (ciclo C)
Previsor
Este texto es considerado uno de
los más difíciles y enigmáticos del Evangelio de Lucas. Está enmarcado entre la
parábola del hijo pródigo y la parábola del rico epulón, que tienen como común
denominador el tema del dinero. Mientras que en las dos parábolas mencionadas
Jesús se dirige a los escribas y fariseos, en esta Palabra sin embargo se
dirige a sus discípulos. ¿Qué les quiere enseñar?
La primera parte del Evangelio
describe una parábola de Jesús cuyo protagonista es un mayordomo acusado de
derrochar los bienes de su amo. Existían terratenientes y grandes acaudalados
que confiaban sus tierras y negocios a administradores locales. En este caso,
fue acusado de malgastar la propiedad que se le había confiado. El amo le
exigió rendir cuentas. No se especifica si las acusaciones eran verídicas o no;
tampoco hay referencia a una defensa del mayordomo. Lo evidente es que fue
despedido, considerado culpable de apropiación indebida y malversación de
fondos.
Los criterios de este
mundo
En esta situación, el mayordomo
vive una verdadera crisis personal. Pierde un trabajo importante; se considera
incompetente para dedicarse a un trabajo manual que nunca ha hecho, y le
avergüenza pedir limosna para vivir –es curioso que no le diera vergüenza
robar–. Por eso se pregunta qué hacer. En el poco tiempo que le queda antes de
abandonar el trabajo, planea una estrategia para asegurar su futuro. Fue
llamando uno a uno de los deudores de su amo, a solas, para que se creyeran
únicos beneficiarios, y fue reduciendo la deuda contraída con su amo en grandes
cantidades. Por los datos aportados se trataba de grandes negociantes de aceite
y trigo, a los que el mayordomo ofrece grandes descuentos. Con este modo de
proceder quiso ganarse el favor y el apoyo de los deudores para cuando él fuera
despedido, y asegurarse así la ayuda y reconocimiento de estos en el futuro. Es
decir, se hace amigos en el presente para ser ayudado por ellos en el futuro.
El amo, al enterarse, alabó la
reacción del mayordomo. ¿Por qué? No por haber usado deshonestamente los
recursos que no le pertenecían, ni por su comportamiento injusto; sino por la
inteligente y decisiva reacción que tuvo para actuar, sabiendo utilizar los
medios de los que disponía para conseguir su objetivo: obtener el favor de los
deudores para solucionar su futuro. El mayordomo es previsor, sabe planificar
anticipadamente, usando los bienes de su amo para asegurar su porvenir. La
sagacidad del administrador participa de los criterios de este mundo, que el
mismo amo compartía. Actuó como los hijos de este mundo, no como los hijos de
la luz.
La sagacidad de los
hijos de la luz
Por eso, el texto evangélico
afirma que el mundo elogia a los estafadores inteligentes y que estos suelen
ser más astutos que los hijos de la luz para darse cuenta de la urgencia del
momento, actuar en beneficio propio y asegurarse su futuro. Los hijos de la luz
–los discípulos de Cristo– deberían aprender a ser sagaces, sin dejar de ser
justos, para saber utilizar convenientemente los medios que disponen en vida
para alcanzar el fin que persiguen: las moradas eternas.
Jesús quiere que sus discípulos
usen las riquezas de este mundo para instaurar los valores del Reino de Dios
con el mismo empeño y sagacidad que el mayordomo deshonesto. De forma sabia,
pero no deshonesta.
El texto finaliza con varios
dichos que Jesús dirige a sus discípulos en torno al tema de las riquezas. El
primero: «Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte,
os reciban en las moradas eternas». Se gana amigos con las riquezas injustas
cuando se ponen al servicio de los necesitados; solo así se usa con justicia el
dinero injusto. El segundo: «El que es fiel –o injusto– en lo poco, también en
lo mucho es fiel –o injusto–». Si no eres fiel en el uso del dinero –que es
poco–, no lo serás en las cosas mayores –valores del Reino de Dios–. Y el
tercero: «No podéis servir a Dios y al dinero». La confianza y seguridad en el
dinero es incompatible con el servicio a Dios y a los necesitados. No podemos
convivir con Dios y con los ídolos.
El Señor advierte a sus
discípulos de los peligros asociados a las riquezas que compiten con Dios. La
tentación de amar al dinero se combate con el amor a los necesitados. El
dinero, las riquezas son un medio, no un fin. Recuerdo a este respecto una
curiosa frase que escuché hace años: «Ayuda a los pobres de este mundo y ellos
te ayudarán en el próximo».
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “100 barriles de aceite”. Él le dijo: “Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe
Si, pues, no fuisteis fieles en
la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en
lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos
señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al
primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Lucas 16, 1-13