XI Domingo del Tiempo ordinario
Se lo explicaba
¿Qué
quieren decir las hermosas parábolas del Evangelio del próximo domingo? ¿A qué
se refieren las imágenes de la semilla que germina sola y del pequeño grano de
mostaza del que brota una gran planta? Como todo texto, éste del pasaje
evangélico podría significar muchas cosas. Hay que entenderlo en su contexto,
por supuesto. Su contexto es el Nuevo Testamento entero e incluso toda la Sagrada Escritura.
Pero ¿basta el texto para entender lo que realmente encierran estas palabras de
Jesús? No basta.
La
sola escritura no es suficiente para entender bien la Sagrada Escritura.
No bastaban ni siquiera las palabras que Jesús pronunciaba contando de modo
sencillo el Evangelio. Así, solas, sus oyentes no podían entenderlas de verdad.
Por eso, el Evangelio del domingo termina diciendo que Jesús a sus
discípulos se lo explicaba todo en privado.
Es el
llamado secreto mesiánico, del que ya hemos hablado en los
comentarios de otros domingos. Los oyentes de Jesús podían entender algo de sus
hermosas enseñanzas. Le escuchaban, porque estaban fascinados por su persona y
por la autoridad con la que hablaba. Pero todavía era demasiado pronto para
poder comprender del todo de qué potencia les hablaba el Señor cuando les
describía el poder de algo bien conocidos para ellos: el poder que tiene una
semilla muy pequeña para germinar por sí misma y para producir algo muchísimo
mayor que ella.
¿Se
refería acaso a la fuerza de la voluntad humana que, siendo limitada y caduca,
es capaz de gestar obras grandes? Como les hablaba del reino de Dios,
¿tal vez les estaba diciendo que, con la ayuda del cielo, el pequeño pueblo de
Israel podría ser capaz de vencer al gran Imperio romano, que entonces les
subyugaba, igual que en otro tiempo, con tal ayuda, David había vencido a
Goliat?
El
reino de Dios que Jesús anunciaba era todavía su gran secreto. Se lo iba
revelando poco a poco a los discípulos. Pero ni siquiera éstos pudieron
comprenderlo tampoco del todo hasta que el Maestro no les dio la lección
suprema: la de la Cruz.
Dios no reina por la fuerza de la voluntad y del trabajo de
los hombres. Tampoco por la fuerza de ningún poder de este mundo. Dios reina
desde la Cruz de
su Hijo amado. Por eso, el reino de Dios se parece a lo más pequeño y actúa en
la debilidad más escandalosa. Pero en lo pequeño y débil de Dios se hallan en
realidad la grandeza y el poder verdaderos.
No
hay ningún texto capaz de explicar esto de modo plenamente claro y convincente.
Sólo es capaz de hacerlo el Señor mismo por medio de su Espíritu. El secreto
mesiánico se revela a los sencillos de corazón gracias al amor y a la luz que
les otorga el Espíritu Santo por medio de la Iglesia. Los testigos
autorizados del Señor – los apóstoles enviados por Él y sus sucesores – con los
mártires y los santos nos desvelan el secreto de la salvación. Su vida y sus
palabras siguen explicándonos las Escrituras, como lo hace santa Teresa de
Jesús: «En la Cruz
está la vida y el consuelo; y ella sola es el camino para el cielo».
+ Juan Antonio Martínez Camino
Evangelio
En aquel
tiempo decía Jesús a las turbas:
«El
reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme
de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él
sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos,
luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la
hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo
también:
«¿Con
qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de
mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después
brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que
los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas».
Con
muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender.
Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en
privado.
Marcos 4, 26-34