IV Domingo del Tiempo
ordinario
Con
autoridad
Hay crisis de autoridad.
Una cosa es el poder y otra la autoridad. Naturalmente, no son contradictorios
ni incompatibles, pero no son lo mismo. Quien tiene autoridad, tiene más que
quien tiene sólo poder. La autoridad convence. El poder impone. La autoridad es
la fuerza de la razón y de la sabiduría. El poder es capacidad de ejecución de
lo bueno, pero también, acaso de lo malo. Para ser constructivo, el poder ha de
ir acompañado de autoridad. La autoridad posee virtud propia; y, además, para
el orden del mundo, es conveniente que disfrute de poder. Hay crisis de
autoridad, porque, con cierta frecuencia, suplantada por el poder, éste
pretende presentarse a sí mismo en el lugar de aquélla. Entonces, la sociedad se
ve amenazada por el caos, al que conducen la corrupción y la injusticia.
Jesús enseñaba de un modo
nuevo, pues –según dice el Evangelio– lo hacía con
autoridad, no como los letrados, que solían enseñar en virtud del
poder social del que disponían. El poder social y político es necesario para el
orden de este mundo, pero, si no va acompañado y regido por la autoridad, se
convierte él mismo en causa de desorden.
La autoridad de Jesús
admiraba a sus oyentes. La gente quiere ser convencida, no le gusta la imposición
ni la fuerza. Pero aquélla era una autoridad todavía más admirable, porque su
virtud era verdaderamente sobrehumana. Era la autoridad de quien sólo con su
palabra somete a las fuerzas del mal y, como sabemos bien, resucita a los
muertos. La autoridad de quien perdona los pecados y da la vista a los ciegos.
Era una autoridad divina. La de Jesús es la autoridad de la justicia y el amor
de Dios. Pero es muy llamativo que Jesús les mande callar a los espíritus del
mal precisamente cuando reconocen su autoridad divina y claman, ante todos, que
Él es el Santo de Dios. ¿Es que no quiere ser conocido como tal? ¿O es un truco
de los evangelistas –como suponen algunos intérpretes racionalistas– con el que
tratarían de explicar el hecho, también llamativo, de que los que se admiran
ahora de la autoridad de unas supuestas obras maravillosas de Jesús, acaben
luego llevándolo a la cruz?
No. Se trata simplemente
de poner de manifiesto un elemento fundamental de la autoridad divina, de la
que Jesús está investido: la humildad y el despojo de sí mismo. Ahí radica
precisamente la novedad de su enseñanza. Así se presenta en realidad el reino
de Dios, de un modo inesperado tanto para los escribas como para el pueblo. El
poder de ese Reino no es el de la ejecución por imposición, sino el poder del
Amor omnipotente, que triunfa precisamente en el aparente fracaso de la Cruz. Ésa es la nueva
enseñanza de Jesús, llena de autoridad: que el poder creador de cielo y tierra,
el que nos libra del pecado y de la muerte, es el de un Crucificado. Sus
paisanos de Cafarnaúm todavía no podían comprenderlo, no tenían aún la
perspectiva adecuada de la
Pascua.
+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
Llegó Jesús a Cafarnaúm
y, cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron
asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con
autoridad.
Estaba precisamente en la
sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
«¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el
Santo de Dios».
Jesús lo increpó:
«Cállate y sal de él».
El espíritu inmundo se
retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron
estupefactos:
«¿Qué es esto? Este
enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le
obedecen».
Su
fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de
Galilea.
Marcos
1, 21-28