Cuarto Domingo de Adviento
Hágase
Consentir es una hermosa palabra. Es verdad que puede tener también un sentido negativo, cuando hablamos, por ejemplo, de esos padres que educan laxamente a sus hijos, convirtiéndolos en unos consentidos. Pero consentir significa ante todo asentir, en el sentido de unir libremente el propio sentimiento al de otro, a quien se otorga fe. Eso quiere decir, por ejemplo, cuando hablamos del consentimiento matrimonial. Es hermoso poder consentir así con alguien. Pero no siempre resulta fácil. Porque no siempre sabemos bien lo que el otro siente realmente; o, si lo sabemos, tampoco es sencillo confiarse, unir la propia voluntad con la ajena.
A las puertas ya de la Navidad, la liturgia del próximo domingo nos presenta el consentimiento más bello y más poderoso que podamos pensar. María consiente con Dios: Fiat, «Hágase en mí según tu palabra». La salvación radica en el consentimiento. La Iglesia siempre ha contenido el aliento al contemplar este Sí de María. ¿Qué hubiera pasado si, por un imposible, ella no hubiera consentido al anuncio del ángel? ¡Misterio asombroso el de un Dios que pide el consentimiento de sus criaturas para ejercer su poder! ¡Actitud admirable la de María, la más hermosa criatura de Dios, que consiente con toda conciencia y libertad!
María no pronuncia a la ligera su Hágase. Su consentimiento no es, ni mucho menos, infantil o irracional. Ha sido precedido de un diálogo intenso. El ángel ha dicho la primera palabra: «¡No temas, alégrate!» Cuando Dios habla, los temores se callan. Puede que no desaparezcan del todo, pero se callan. La serenidad, la alegría del alma es el fruto primero e inconfundible de la presencia del ángel bueno, del Espíritu de Dios. El gozo de la presencia de Dios hace posible el funcionamiento correcto de la inteligencia. El racionalista no lo entiende. Sospecha de la alegría de la fe. Prefiere la eterna melancolía de la duda. Pero, entonces, la razón, encorvada sobre el propio sentimiento, no es capaz de desplegar sus capacidades, y quedamos a merced de percepciones oscuras y de cálculos falsos.
La segunda palabra es de María. ¡Y es una pregunta!: «¿Cómo será eso?» La fe no teme ninguna pregunta. La fe sólo es incompatible con la autosuficiencia. Para consentir como Dios quiere, hay que hacer bien las cuentas, hay que liberarse de impresiones falsas y conocer de verdad a quién y qué se consiente.
¿Será esta próxima Navidad el momento de nuestro consentimiento verdadero con el poder salvador de Dios? ¿Habrá llegado el tiempo de liberar nuestra libertad de la cárcel de los sueños de autonomía?
No hay nada más hermoso que compartir libremente nuestro querer en un proyecto interpersonal que merezca la pena. Pero nada merecería la pena, si no fuera todo posible para Dios. Consentir con Él, como María, es el origen de la verdadera libertad.
+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres».
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llaman estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
Lucas 1, 26-38