Para definir con exactitud la magnitud de la vivencia de la pasada Madrugada Santa, para aproximarnos –siquiera grosso modo- a la amplísima repercusión interna y externa de tan ejemplar Estación de Penitencia, no sería necesario apelar al estilo churrigueresco dentro de la etapa del Barroco español. Baste la frase perpetuada en negro sobre blanco por el hermano de mayor antigüedad del censo de hermanos que actualmente continúa vistiendo el santo hábito nazareno -José Soto Rodríguez quien, en su amplio balance documentado de la Estación de Penitencia, afirmara que “la de este año ha sido para mí una de las mejores, si no la mejor, salida procesional de todas las que he vivido”. Explícita aseveración que no requiere ningún otro aparejo aclarativo.
La Estación de Penitencia de la pasada Madrugada Santa, para quienes vivimos tan imborrable “catequesis plástica”, ha supuesto una especie de visible ‘inventario de maravillas’ asimismo engranado a ese otro maravilloso inventario de personales experiencias interiores. La ingente y copiosa catarata de felicitaciones que hemos venido ininterrumpidamente recibiendo -quizá igualmente por una intachable compostura del cuerpo de la cofradía ante las peculiares amenazas climatológicas por todos archisabidas- nos obligan, de forma recíproca, a trasladar nuestra más ferviente gratitud general. En este sentido, la Junta de Gobierno ha cursado un gran número de agradecimientos a personas, entidades, cofradías, etc., que así nos han colaborado a realizar tamaña labor espiritual. Ni que decir tiene que, además de las misivas de gratitud arriba mencionadas, el gozoso intercambio de felicitaciones que durante los días subsiguientes a la Madrugada Santa compartimos con la práctica totalidad de los hermanos participantes e integrados en la estación penitencial fue una auténtica constante.
Nos congratula muy especialmente el modo en que los hermanos nos confían y confiesan cómo han vivido íntimamente –desde la envergadura de su privacidad y anonimato de la Estación de Penitencia. Se trata -a qué negarlo- del mayor tesoro de nuestra cofradía. Un patrimonio –el humano, el corporativo como suma de circunstancias muy diferentes a veces y siempre muy particulares- que a todos nos conmueve y alecciona. Es entonces cuando sale a flote el auténtico sentido del ser cofrade. Tantas peticiones, tantas promesas… El fundamento en clave constructiva que asienta “todas las cosas de Dios y de nuestras cofradías”. La nobleza de esas tres hermanas jovencísimas de nueva incorporación que, por rescatar la tradición de sus abuelos ya difuntos –todos ellos de inmemorial recuerdo y gozosa huella para la intrahistoria de esta Hermandad- han vestido emocionadas la túnica nazarena. El intachable comportamiento y compostura de la comitiva nazarena en todo instante –incluso cuando el asomo de la lluvia podía suscitar algún atisbo de cierto nerviosismo (nunca perceptible en nuestro cortejo)-, el íntegro quehacer de los monaguillos (excelente testimonio el demostrado por todos ellos e imprescindible la labor que realizan), la maestría referencial del cuerpo de acólitos, la edificante predisposición del cuerpo de capataces y costaleros…
Cabe constatar, a su vez, la puntualidad de los hermanos nazarenos a su llegada y acceso a San Francisco en la noche del Jueves Santo -no ausentándose ninguno por imponderables de enfermedad o imprevistos de última hora-, el escrupuloso rigor en el rezo del Camino de la Cruz, Vía-Crucis, intenciones, formación del cortejo, etcétera), el modo -las formas, la cadencia y el ritmo fluido- de la formación del cortejo pausado, la incorporación de la cruz conventual y ciriales a la comitiva del palio, la incorporación -creación más bien- del tramo litúrgico para el Libro de Difuntos, el aumento del número de nazarenos, la perseverancia de hermanos sexagenarios y septuagenarios en su irrevocable fidelidad a la túnica nazarena… En esta primera misiva general enviada a todos los hermanos después de la pasada Madrugada Santa no podíamos por menos que sellar -con la sinceridad y el contento que sentimos en nuestros adentros- estas sencillas palabras de satisfacción. Palabras que, como cantara el poeta, “son vínculos de una herencia que hemos sabido refrendar sin abdicaciones a mayor gloria de Dios”.