Los hermanos estandarte. Un artículo de Carlos Colón publicado el pasado viernes 31 de mayo en Diario de Sevilla.
Veo pasar a capillitas que conozco trabajando por su hermandad desde que ellos y yo teníamos 14 o 15 años. A los pies de sus imágenes se han casado, han bautizado a sus hijos y han despedido a sus padres. Con el nombre de sus titulares en los labios y su luz en el alma entregarán sus vidas. Y al verlos veo sus hermandades. Su única hermandad; porque aunque pertenezcan a varias sólo son de esa a la que han dedicado su vida.
No escribo de mí. Si me permiten decir mi vida nazarena machadianamente, mi infancia son recuerdos de raso morado y capa blanca, mi juventud y madurez 43 años de ruán con zapato o alpargata, mi entrada en el umbral de la vejez tres años de gloria bajo terciopelo verde y capa; y mi futuro, lo que el cuerpo aguante y Ella quiera. Ellos, en cambio, sólo han vivido una hermandad y vestido una túnica. Acabando por interiorizar el ser de su hermandad y exteriorizar el estar de su cofradía. Éste anda como si aún llevara la coraza, el casco y la enagüeta que vistió hace tantas madrugadas. Aquél saluda como lo hacía su padre cuando presidía el palio bajo el que Virgen viene llorando por el valle de su pena. Aquél otro tiene cara de atrio. Éste manda el paso de la Inmaculada como si fuera un galeón con mástil de carey y plata. Ésta coge su vara como si fuera la manigueta del barco del Desprecio. Aquéllos llevan las varas y los cirios como si tras ellos sonara un racheo. Es el premio a su fidelidad.