Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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miércoles, 11 de mayo de 2022

El pasado jueves día 5 celebramos Santa Misa de acción de gracias cuya íntegra homilía del padre Santiago Gassín compartimos con todos los hermanos





 


¡Alabado sea Jesucristo!

 

A Dios se le deben dar gracias siempre y en todas partes. La Sagrada Escritura nos exhorta a la gratitud en todas sus páginas: “¿cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho?” reza el Salmo 115. Y San Pablo nos recuerda con frecuencia: “Dad gracias siempre por todo a nuestro Dios y Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.” A los Filipenses escribirá: “Por nada os inquietéis, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria, sean presentadas a Dios nuestras peticiones acompañadas de acción de gracias” (Flp. 4,6).

 

Queridos hermanos, esta tarde estamos aquí celebrando esta Santa Misa, precisamente, dando gracias a Dios. Alguno podría quizá, pensar, con criterios humanos que este año no se debería celebrar esta Misa porque no tenemos motivos para dar gracias a Dios y estaría errando. Porque, ¡claro que tenemos que dar gracias, en todo y por todo!  Porque, como dice San Pablo, todo es para bien de los que aman al Señor, aunque a veces no lleguemos a comprender cómo puede ser esto. Afirmaba el gran San Agustín comentando este pensamiento de San Pablo: “A los que aman a Dios, todo contribuye para su mayor bien: Dios endereza absolutamente todas las cosas para su provecho, de suerte que aún a quienes se desvían y extralimitan, les hace progresar en la virtud. Porque se vuelven más humildes y experimentados… las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección”.

 

¿Qué hemos de hacer, pues, en las dificultades?

Sacar provecho de ellas, aprender y con la ayuda de Dios y ayuda mutua, fraterna, sostenida por la fe y la caridad, superarlas y dar gracias a Dios.

Permitidme, por favor, que os diga no sólo como sacerdote, sino también como cofrade – que lo soy desde niño porque así lo aprendí en esta tierra nuestra-, que en el mundo de las hermandades y cofradías y, desgraciadamente, también en todos los ámbitos de la Iglesia, corremos el riesgo muchas veces de interpretar problemas, situaciones, dificultades, con criterios y actitudes meramente humanos, como si se tratara de una entidad civil, de una asociación de vecinos, de un partido político. Nos olvidamos de iluminar las situaciones con la luz de la fe, a la luz del Evangelio, para dejar que entren por las rendijas del alma y de la Hermandad los criterios mundanos, o sea, que, en lugar de iluminarlo todo con la fe y de impregnar nuestras palabras y obras con la caridad de Cristo, le seguimos el juego al maligno, que es el padre de la mentira y de la división.

Nos olvidamos de que estamos aquí para dar culto al Señor y a Nuestra Madre Santísima, con la estación de penitencia, pero también con los cultos litúrgicos anuales, con el testimonio de una vida santa y cristiana, iluminada y sostenida por unos principios morales y de virtud inspirados en el Evangelio y la doctrina perenne de nuestra Madre la Iglesia.

 

En estas ocasiones cada cual hemos de hacer examen de conciencia y, puesto que todo es para bien de los que aman al Señor, como dice San Pablo, nuestra mayor preocupación ha de ser que todos y cada uno de nosotros nos encontremos en el grupo de los que aman al Señor. Ese Señor que, como recuerdo de su Dolorosa Pasión habiendo resucitado íntegramente, conserva, sin embargo, en su Cuerpo glorioso únicamente cinco perlas preciosas, cinco rubíes resplandecientes, como cinco estrellas rutilantes cuyo fulgor no se apaga (sus Cinco Llagas): cinco trofeos de su victoria sobre la muerte, el demonio y el pecado.

Esas Cinco Llagas que nos recuerdan que, en las contrariedades de la vida, Él lo sigue dando todo por nosotros, porque nos sigue amando infinitamente y comprende nuestra debilidad. Esas Cinco Llagas que están recordándole constantemente a Dios Padre el precio que su Hijo pagó por nuestro rescate. Demos gracias a Dios por esas Cinco Llagas que besaría con tanta delicadeza y amor María Santísima Nuestra Madre y Nuestra Esperanza. Ella nos guía a puerto seguro en todas las tempestades de la vida, en la que habéis vivido como hermandad y en las que cada uno tiene que ir navegando a lo largo de los años.

No quisisteis dejarla sola. Tampoco ella os abandonará. Es posible que, por habernos fijado demasiado en las dificultades, asome a veces la desesperanza o el cansancio en la lucha. Sois herederos de una preciosa tradición que es también vida. Es el momento de recurrir a María, invocando su nombre. Y lo hacemos concluyendo con una preciosa exhortación de San Bernardo, cantor de la Virgen: “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la cima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si le ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara”. Así sea.