Fuente: ALFA Y OMEGA
Solemnidad
de Cristo Rey (ciclo B)
Un
Reino de amor y de verdad
Con la finalidad de que los cristianos fuéramos
conscientes de que el reinado del Señor no se queda solo en un deseo, sino que
es real, el Papa Pío XI instituyó hace casi un siglo la fiesta que celebramos
este domingo. Aunque en un primer momento la conmemoración se tenía el último
domingo de octubre, desde la reforma litúrgica se colocó el último domingo del
tiempo ordinario, como colofón del ciclo litúrgico. El sentido de la actual
ubicación es vincular el reinado de Cristo con su segunda venida, logrando así
una gran afinidad con la predominante temática referente al final de los
tiempos, que la liturgia nos ofrece de modo especial durante estos últimos días
del año litúrgico y el inicio del Adviento. En este horizonte, el pasaje
evangélico va a buscar destacar el carácter interior y espiritual de este
reinado, incidiendo en la superioridad de un trono que «no es de este mundo».
En sentido estricto sería inexacto considerar la fiesta de Cristo Rey como una
novedad introducida en el periodo de entreguerras, ya que desde hacía siglos se
conmemoraba al Señor como Rey el Domingo de Ramos, en una celebración en la que
se unen de modo singular la aclamación entre palmas con el dramatismo del
anuncio de la muerte de Cristo. De hecho, el domingo escucharemos parte del
texto evangélico de san Juan, proclamado cada Viernes Santo en la celebración
de la Pasión del Señor. Acusado de querer proclamarse rey, Jesús es conducido
al pretorio para que Pilato lo interrogue sobre esta cuestión. Es ahí cuando el
Señor pronuncia la célebre frase: «Mi Reino no es de este mundo». La escena
ante la autoridad romana da ya sobrada muestra de ello, pues resultaría
incomprensible el ejercicio de una realeza, la manifestación máxima de poder,
en un contexto de humillación como el que describe Juan. Por segunda vez
insiste el Señor en que «mi Reino no es de aquí». Con todo, debemos notar que
este evangelista escoge el final de la vida del Señor para revelar su realeza y
la cruz como el trono desde el que reinará. La realidad es que el Señor no ha
usurpado una realeza terrena y, como vemos en otras páginas evangélicas, Jesús
huye siempre de cualquier intento de ser aclamado como mesías político. La
misión que el Señor se asigna al referirse a su realeza es la de dar testimonio
de la verdad, manifestando que Dios ha venido al encuentro del hombre por amor,
revelando, en definitiva, que Dios es amor.
Designio de
Dios
Esta visión contrasta significativamente con los
esquemas habituales del ejercicio del poder por dos motivos. El primero es que
el poder está normalmente unido a una posición de superioridad y, a causa de la
debilidad de la condición humana, con frecuencia se ejerce mediante un dominio
violento; por el contrario, la verdad y el amor jamás se imponen por la fuerza,
sino que interpelan el corazón del hombre, proporcionando paz y alegría cuando
permitimos que entren en nuestra vida. La segunda razón estriba en que este
Reino se presenta como un misterio, en su sentido teológico: un designio de
Dios que se revela pausada y progresivamente en la historia. Por el contrario,
el paso de los siglos nos ha permitido ver la contingencia de reinos e imperios
sólidamente arraigados. Solo ha bastado que se impusiera alguien más fuerte
para que se esfumara lo que se creía eterno. Sobre el cirio pascual, expresión
característica del Señor como luz y vida, se dice al principio de la Vigilia
Pascual: «Cristo, ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo
y la eternidad». Estas palabras, recogidas en el libro del Apocalipsis, son la
plasmación celebrativa de cómo la Iglesia ha comprendido que estamos ante un
Reino sin ocaso y que, gracias al misterio pascual, los bautizados somos
asociados a la gloria y al poder que anuncia el último libro de la Biblia.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres tú el
rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han
dicho otros de mí?». Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos
sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó: «Mi
Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi guardia habría
luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de
aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo
dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para dar
testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
Juan 18, 33b-37