Fuente: ALFA Y OMEGA
XXXIII
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
«Con
gran poder y gloria»
Con el Evangelio de este domingo se termina el
ciclo del Evangelio de san Marcos, leído durante todo el año litúrgico que
concluirá dentro de unos días. El episodio que se nos presenta refleja bien una
de las características típicas de estos días en los tres ciclos: las alusiones
al final de los tiempos y a la segunda venida de Cristo en poder y gloria. Las
últimas realidades de nuestra historia y la esperanza de este encuentro
definitivo con el Señor centrarán, por lo tanto, la atención en la celebración
litúrgica, en la conclusión del tiempo ordinario y en el inicio del ya cercano
Adviento. Si para la sociedad la muerte personal o el final de los tiempos son
vistos generalmente como tabúes, para el cristiano deben constituir certezas
que podemos enfocar desde la virtud teologal de la esperanza. Esta es, de
hecho, la clave desde la que los primeros cristianos afrontaban su propia
muerte, al mismo tiempo que anhelaban el retorno glorioso de nuestro Salvador.
Desde esta perspectiva, el discurso que Jesús dirige a sus discípulos es de
gran ayuda para que valoremos el ocaso de nuestra historia individual y
colectiva con paz, confianza y consuelo, sabiendo que Dios no se retira de
nuestro lado, a pesar de que, a menudo, parezca que no está presente o dé la
impresión de que –con palabras del Evangelio– los astros se tambalean. No es la
primera vez que en la Biblia hallamos un lenguaje como el que adopta Jesús para
presagiar el final de los tiempos. Así, ya en los profetas encontramos
alusiones al oscurecimiento del sol, de la luna y de los astros para ilustrar
cómo serán aquellos días. Al mismo tiempo, como si se tratara de cerrar un
círculo, la escena remite al primer capítulo del libro del Génesis, cuando Dios
creó la luz y colocó las estrellas en el firmamento. Si allí se nos narraba el
comienzo de la creación, ahora asistimos al término de la misma, lo cual de un
modo velado remite a Dios como dueño de todo lo creado, quien con su voluntad
establece su comienzo y su conclusión. Sin embargo, siempre estamos ante un
mensaje alegre y de esperanza, porque, a diferencia del momento de la creación
en el que previamente solo existía la nada, cuando este mundo llegue a su fin
no tendremos como horizonte la nada, sino que pasaremos a un cielo nuevo y a
una tierra nueva. No obstante, este trance no se presenta libre de
dificultades; la misma página indica que tendrá lugar solo «después de la gran
angustia». En esta línea, san Marcos asume el esquema presentado en la primera
lectura por el profeta Daniel, quien presagiaba que «serán tiempos difíciles
como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora». Con todo, el modelo
más característico de este género estará representado, años más tarde, por el
Apocalipsis de san Juan, libro que dibuja a través de imágenes llenas de gran
dramatismo el final de la historia.
Inquietud por
el día y la hora
Desde
antiguo ha inquietado al hombre conocer el futuro y, de entre los
acontecimientos por llegar, nada ha despertado tanto interés como el
conocimiento de los detalles del fin del mundo, cuándo será ese día y cómo se
llevará a cabo la consumación definitiva. Ante esto, hemos de saber que las
palabras del Señor no pretenden desvelar datos que respondan a la curiosidad de
quien quisiera disponer de una descripción física o de una fecha concreta. El
anuncio de la aparición gloriosa del Hijo del hombre sobre las nubes del cielo
con gran poder ha de ser comprendida por nosotros, más bien, como la
constatación de que no estamos abandonados ante las dificultades,
incertidumbres y angustias del futuro. La segunda venida de Jesucristo solo
culminará la primera venida, que se dio en la humildad de la carne. Así pues,
debemos pensar y reflexionar sobre estos acontecimientos sin miedo y con
esperanza, como quienes caminan hacia aquel que ha vencido el mal de una vez
para siempre.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En
aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no
dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y
gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos,
desde el extremo de la tierra hasta el extremo el cielo. Aprended de esta
parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas,
deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede,
sabed que Él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta
generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras
no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del
cielo ni el Hijo, solo el Padre».
Marcos 13, 24-32