Fuente: ALFA Y OMEGA
XXIV
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
«Si
alguno quiere venir en pos de mí…»
Nos encontramos ante un episodio que constituye el
centro del evangelio de san Marcos, conformando el punto de inflexión entre dos
etapas de la actividad de Jesús. En primer plano se sitúa la pregunta de Jesús
a sus discípulos, que con el paso de los años resonaría en los primeros que
escucharon la predicación de los apóstoles, en quienes a lo largo de los siglos
han leído este pasaje, y que se convierte en una de las preguntas centrales que
la Iglesia nos lanza a todos nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Junto con la pregunta sobre la identidad del Señor, el texto va a plantear la
consecuencia de la misma: en qué consiste ser discípulo de Jesús, en
consonancia con el significado del Reino de Dios. En la lectura del Evangelio
dominical de este año hemos ido comprendiendo lo que significa seguir al Señor.
La compañía de un grupo de personas a Jesús va configurando paulatinamente una
comunidad que acompaña al Maestro, escucha sus enseñanzas y contempla sus
gestos. Con frecuencia, esas palabras son más concretas y piden un mayor
desapego de todo lo que impide un seguimiento radical hacia su persona. Algunos
incluso se escandalizan y no serán pocos los que, ante tales planteamientos del
Señor, prefieran abandonar ese camino y continuar con el modo de vida que
llevaban antes de conocer a Jesús.
Compartir el
mismo destino
Sin
embargo, ahora llega un momento clave. No se trata ya de compartir un estilo de
vida o ser fieles a un conjunto de enseñanzas morales, tantas veces no muy
diferentes a las que proponían otros maestros de vida de la época. Jesús da un
paso más, plantea de manera nítida una identificación del discípulo con Él
mismo. No solo sugiere hacer a sus seguidores partícipes de un modo de vida
austero y entregado a los demás, sino que establece como objetivo primero para
ellos compartir su mismo destino. No quiere que quienes lo siguen piensen y
elaboren un proyecto de vida excelente basado en sus enseñanzas; pide
claramente que hagan suya la vida de su Maestro. Esta podría definirse como la
gran novedad que este domingo nos presenta Marcos. La gran aportación de estos
versículos consiste, en definitiva, en que Jesús pide una implicación completa
con su persona, misión y destino. Ciertamente, aparece una confesión muy clara
por parte de Pedro, como primero entre los discípulos: «Tú eres el Mesías».
Pero esta respuesta estaba implícita ya cuando quienes acompañaban a Jesús se
cuestionaban acerca de la autoridad con la que hablaba o el poder con el que
realizaba sus acciones. No debemos olvidar que la bondad, fuerza y éxito de su
ministerio, sobre todo en los comienzos, había suscitado la pregunta que ahora,
en nombre de todos responderá Pedro. Con todo, será al Señor a quien le
corresponde tomar la iniciativa en la vida del discípulo y señalar lo que busca
de cada uno de nosotros.
Las exigencias
del discipulado
La pregunta con la que comienza el Evangelio pone
sobre la mesa las diferentes visiones que, tanto en tiempos de Jesús como en
nuestros días, muchos se han realizado. Durante siglos se ha buscado comprender
y dar respuesta a quién es Jesús, como podría reflejarse en la primera reacción
de los discípulos a la pregunta del Señor: «unos, Juan el Bautista; otros,
Elías, y otros, uno de los profetas». En esta línea podemos colocar, no solo el
pensamiento de quienes rodeaban a Jesús, sino también englobar a quienes a lo
largo de la historia han mirado al Señor como a un personaje relevante, de vida
y enseñanza moral intachable, pero sin ir al fondo de la cuestión, sin verlo
como salvador y sin pensar que nos pide una implicación y decisión que afecta
profundamente a nuestra vida. Para ello no tenemos que acudir únicamente a
planteamientos de corte agnóstico o ateo. La última parte de este pasaje
manifiesta una visión reduccionista de la persona de Jesús o de las exigencias
del discipulado cuando Pedro increpa al Señor por anunciar su Pasión, Muerte y
Resurrección. En realidad, solo el hecho de negarse a sí mismo, tomar la cruz
del Señor y seguirlo será lo que haga comprender al discípulo la identidad del
Señor y las exigencias del discipulado.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se
dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus
discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos,
Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Y
les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos,
sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo
explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a
increparlo. Pero Él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Y
llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en
pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien
quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el
Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y
perder su alma».
Marcos 8, 27-35