Fuente: ALFA Y OMEGA
XXIII
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Todo
bien
«¿Todo bien?» Son dos palabras que empleamos a
veces a modo de saludo. Sobre todo, cuando hace algún tiempo que no vemos a
alguien. Por ejemplo, al regresar de un viaje o después de las vacaciones. Con
esa forma coloquial de hablar esperamos que nuestro interlocutor sienta que nos
interesamos por su vida y que nos cuente al menos lo más importante que le ha
sucedido desde la última vez que nos vimos. La pregunta no es una pura demanda
de información. Quiere ser, al mismo tiempo, un mensaje positivo que transmite
el deseo de que la vida haya transcurrido para la persona a la que hablamos sin
especiales sobresaltos o percances. Que todo haya ido bien será una alegría
para los que se encuentran y se saludan de ese modo. Los contemporáneos de
Jesús empleaban esas dos palabras para resumir lo que conocían de su vida:
«Todo lo ha hecho bien». Era un modo de expresar su máxima satisfacción por
haberse encontrado con él. Era también un modo de decir que no conocían a nadie
como Jesús. ¿Quién puede haberlo hecho todo bien? ¿A quién le puede haber ido
siempre bien? La experiencia humana dice que no es posible hacerlo todo bien y
que más de una vez las cosas no nos van del todo bien. Lo que pasaba con Jesús
era distinto. Era tan distinto que nadie podía poner freno al entusiasmo de
aquellos galileos, que contaban por todas partes cómo Jesús se acercaba a los
paralíticos, a los sordos, a los enfermos y los curaba. Incluso había devuelto
la vida a algún muerto. Los males que afectan con más dureza a la existencia
humana eran cambiados en bienes por la presencia y la palabra de aquel hombre
extraordinario, que todo lo hacía bien. El Evangelio del próximo domingo cuenta
el caso de un sordo a quien Jesús le abre el oído y le otorga el uso pleno de
la palabra. ¡Qué bendición tan grande oír y hablar bien! Quienes han perdido
alguna de esas facultades nos exhortan a valorar esos bienes que consideramos
como funciones normales y ni siquiera percibimos como bienes. Pero Jesús no le
da mucha importancia a lo que hace. E insiste en que se guarde silencio y no se
difunda la noticia de sus obras maravillosas. La gente no le hace caso. ¡Cuánto
nos cuesta entender dónde está el bien de los bienes, al que Jesús estaba
apuntando con aquellos bienes importantes, pero parciales! A Él le importan los
pequeños bienes de la vida cotidiana. Pero le importa sobre todo el bien del
que procede todo bien: la fuerza del Amor y de la Misericordia de Dios. Sin
este bien, tampoco los bienes parciales son verdaderos bienes. ¿Qué oímos, al
fin y al cabo, cuando tenemos cerrado el oído para la Palabra de Dios? ¿Qué
decimos, si nuestras palabras no salen de un corazón pacificado por la Gracia?
«¿Todo bien?» Sí, porque en su Cruz y en su Gloria Jesús nos ha revelado el
Bien de los bienes.
+ Juan Antonio Martínez Camino
Obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de
Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y
le presentaron un sordo, que apenas podía hablar; y le piden que le imponga las
manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos
y, con la saliva, le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá» (esto es, Ábrete). Y, al momento, se le abrieron los oídos, se le
soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo
dijeran a nadie, pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo
proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien.
Hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Marcos 7, 31-37