XXVI
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Entrar
en el Reino de Dios
En el camino hacia Jerusalén iniciado en el
Evangelio dominical hace varios domingos, Jesús continúa su enseñanza acerca
del sentido de su Pasión y del significado del Reino de Dios. En el pasaje que
esta semana escuchamos, el Señor va a presentar también un modelo de vida,
tanto personal como comunitario, a través de instrucciones concretas en las que
se ocupa de distintos temas útiles para la vida del discípulo. En cuanto al
estilo del lenguaje adoptado, destacan el carácter directo y las expresiones
dramáticas, sobre todo en la descripción del futuro que aguarda a los que
escandalizan o se acomodan en el pecado. Lejos de pretender una automutilación,
el Señor quiere presentar de un modo claro las exigencias del seguimiento a su
persona, indicando, en este sentido, que para quien quiera ser su discípulo no
es posible diálogo alguno con el mal.
Milagros en su
nombre
En tiempos de Jesús no era infrecuente que aquel
que realizara alguna proeza lo hiciera en nombre de alguien. Esta es la
situación que explica Juan a Jesús al afirmar que «hemos visto a uno que echaba
demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con
nosotros». La actitud de Juan refleja, en cierto modo, la misma comprensión de
poder y prestigio a la que aspiraban los discípulos en el pasaje del domingo
pasado, cuando discutían quién era el más importante. Juan siente ahora que
quienes utilizan el nombre de Jesús para realizar exorcismos están usurpando su
nombre y, por lo tanto, la condición de discípulo. Igualmente, la respuesta de
Jesús –«el que no está contra nosotros está a favor nuestro»– guarda
correspondencia con la afirmación: «Quien quiera ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos». Así pues, a través de esta discusión,
este episodio va a situar ante nosotros una manifiesta llamada a la unidad. La
principal misión del Señor, de la cual van a participar sus discípulos, es la
salvación del hombre, en la cual la expulsión de demonios representa el dominio
de Jesús sobre cualquier mal que aceche al hombre. Por consiguiente, todo aquel
que colabore en la eliminación de cualquier circunstancia que esclavice y oprima
al hombre está cooperando en la misión del Señor y no puede ser considerado
como competidor o contrincante. Fiel a este modo de proceder del Señor, también
hoy la Iglesia busca aunar esfuerzos con quienes buscan lo mejor para el
hombre; asimismo considera necesario establecer un diálogo sincero con quienes,
incluso no compartiendo muchas de nuestras creencias, trabajan por la
eliminación de cualquier mal en la sociedad. Por eso estamos llamados a evitar
cualquier rechazo a quien, aun no haciendo las cosas conforme a mi modo de
actuar, o no teniendo la misma sensibilidad o visión de la vida en todos los
aspectos, trabaja por el bien de los demás. De lo contrario, corremos el riesgo
de poner freno a la acción del Espíritu Santo, que es capaz de superar siempre
nuestros programas, cálculos o previsiones.
La lucha
contra cualquier mal
Si es necesario trabajar a una para buscar la
salvación del hombre, la otra cara de la moneda es el completo rechazo o
intolerancia del Señor ante el pecado, ya sea propio o inducido a otros. Jesús
utiliza palabras especialmente duras contra quienes pueden ser ocasión de
pecado para los demás, buscando proteger de modo particular a los pequeñuelos,
personas más débiles en la fe y más vulnerables ante el mal, ya sea por corta edad,
debilidad o sencillez. Con respecto al pecado personal el Señor toma imágenes
corporales, ya presentes en otros pasajes bíblicos conocidos anteriores, que
representan la capacidad de movimiento, de acción o de deseo. En resumen, Jesús
quiere mostrarnos que seguirle a Él no admite dudas, sino una firme decisión y
radicalidad, reflejadas en las difíciles palabras que nos permiten ver el
profundo daño que causa cuanto nos separa de Dios.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro,
hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido
impedir, porque no viene con nosotros». Jesús respondió: «No se lo impidáis,
porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El
que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y el que os dé a beber un
vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin
recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le
valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar.
Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida,
que ir con las dos manos a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie
te hace pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado
con los dos pies a la gehenna. Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te
vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la
gehenna, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».
Marcos 9, 38-43. 45. 47-48