Fuente: ALFA Y OMEGA
XVII
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
«El
Hijo del hombre no ha venido a ser servido»
En esta solemnidad de Santiago, en el Año Santo
Compostelano, nos separamos del ritmo habitual de lecturas de los domingos para
centrarnos en un pasaje evangélico de Mateo que tiene como centro la llamada
del Señor a servir y dar la vida, en contraste con la petición de la madre de
los hijos de Zebedeo y la envidia de los otros diez discípulos. No cabe duda de
que la elección de esta página está motivada en parte por la alusión en el
texto a Santiago, puesto que era uno de los hijos de Zebedeo, beneficiarios del
favor que buscaba su madre. Sin embargo, el diálogo nos conduce de modo natural
hacia la segunda sección, en la que Jesús aclara no solo la imposibilidad de
llevar a cabo lo que se solicita, sino la centralidad del servicio en el
discipulado. Sería parcial y no se haría justicia con una comprensión meramente
egoísta de la petición hacia los propios hijos. Más bien se nos están
presentando en dos líneas varias enseñanzas sobre la oración cristiana y el
modo de realizarla. En primer lugar, lo primero que realiza la madre cuando se
encuentra con Jesús es postrarse. Este gesto denota ya una profunda veneración
hacia el Señor. No es posible acercarse a Cristo sin reconocer su santidad y su
poder. Sabemos, por otra parte, que es común hallar escenas similares a lo
largo del Evangelio, especialmente en episodios que se refieren a curaciones o
perdón de los pecados, temas estrechamente unidos en el ministerio del Señor.
En efecto, ver al Señor y postrarse ante Él no significa nunca para el
cristiano una humillación, sino un acto de reconocimiento de la realidad: una
confesión hacia quien puede salvarnos. En segundo lugar, el pasaje nos propone
un ejemplo de oración de petición. Igualmente, tanto en el Evangelio como en el
resto de la Sagrada Escritura abundan modelos de petición dirigidos al Padre o
a Cristo, reconociendo así su divinidad. Por otra parte, si nos detenemos ahora
en la actitud de Jesús, descubrimos su condescendencia, evidenciada en el hecho
de entablar con naturalidad un diálogo con la madre, mediante la pregunta:
«¿Qué deseas?». Para nosotros, esta reacción del Señor implica la certeza de
saber que, ante cualquier petición, Él vuelve su mirada hacia nosotros.
La entrega radical de la vida
Frente a la confianza de la madre en Jesús y la
actitud receptiva de este, nos encontramos, por un lado, con una actitud
arrogante de quien realiza la petición, a través de la expresión «ordena que
[…] se sienten en tu Reino», y, por otro lado, con su egoísmo, pues se busca a
sí misma bajo el pretexto de sus hijos. Pero sin duda, el mayor problema de la
petición está en la falta de comprensión del significado del Reino, pues en ese
deseo parece subyacer una visión más de dominio que de servicio, como pone de
manifiesto la indignación por envidia del resto de discípulos. Es aquí cuando
entra en escena la explicación del Señor, en la que la referencia al cáliz es
una alusión al martirio con el que Santiago coronará su vida. El punto
culminante del texto será la explicación final de Jesús, al condenar a quienes
tiranizan y oprimen a los pueblos y poner como paradigma el servicio a los
demás a través de una clara llamada: «El que quiera ser el primero entre
vosotros, que sea vuestro esclavo». Como no podía ser de otra manera y hemos
visto en repetidas ocasiones, Jesús no se limita a ofrecer un elenco de
consejos hacia los demás, sino que Él mismo se sitúa como paradigma de entrega
hasta el final, cuando señala que «el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido». En definitiva, servir y dar la vida no suponen para el cristiano ni
una humillación ni un menoscabo de humanidad, sino que concuerdan plenamente
con la vocación más alta que hemos recibido de Dios, y que, en el caso de los
mártires, se manifiesta de modo perfecto.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los
hijos de Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le
preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se
sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús
replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron: «Podemos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para
quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, al oír aquello, se
indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo: «Sabéis que
los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será
así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro
servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar
su vida en rescate por muchos».
Mateo 20, 20-28