Fuente: ALFA Y OMEGA
XVI
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
«No
encontraban tiempo ni para comer»
A través de la figura de Cristo, Buen Pastor que
cuida a su grey, conmemorada anualmente en el cuarto domingo de Pascua,
continuamos con la experiencia de evangelización de los apóstoles. Para
comprender adecuadamente este pasaje conviene hacer referencia a la primera
lectura de la Misa, del libro de Jeremías. En ella, el profeta subraya el
contraste entre los pastores inicuos y el Dios bueno, que se preocupa de
conducir a su pueblo a través de las personas que va suscitando a lo largo del
tiempo. El Señor se queja de los dirigentes que llevan a los israelitas a la
perdición por estar más pendientes de sí mismos que de proteger de la
adversidad al pueblo que les ha sido encomendado. Jeremías se detiene en la
oposición entre dispersar y reunir. Lo primero conduce a la ruina y lo segundo
al crecimiento y a la multiplicación, es decir, a la salvación. En este sentido,
no debe pasar desapercibido que la primera acción que señala el pasaje
evangélico de este domingo es que los apóstoles vuelven a reunirse con Jesús.
Este retorno hacia el Señor, tras haber comenzado ellos la misión, no consiste
únicamente en una decisión meramente organizativa, sino en tratar de contrastar
la misión que han realizado con el que les ha enviado, ya que los apóstoles
saben desde el principio que no actúan de modo independiente al Señor.
Soledad y
descanso
La única frase que san Marcos atribuye a Jesús en
este pasaje se refiere a la invitación del Señor a estar a solas con él en un
lugar desierto para descansar. Considerando el cuidado del evangelista en la
selección de las palabras que Jesús había pronunciado durante su vida, llegamos
a la conclusión de que en la tarea evangelizadora, la soledad y el descanso no
son ni accesorios ni prescindibles. De otro modo, esta frase no ocuparía el
lugar preeminente que tiene en el conjunto de este capítulo. Ahora bien, ¿cómo
ha de entender el discípulo el descanso? Sin duda, no se refiere exclusivamente
a no hacer nada o a suspender parcialmente la tarea asignada, sino más bien
como un espacio imprescindible para convivir con el Señor y con el resto de
discípulos escogidos por Jesús para esta misión. Ciertamente, sabemos que
escuchar y confrontar con otros nuestra forma de concebir y realizar la misión
puede ayudar no poco a realizar con más seguridad e impulso las labores que nos
aguardan. Pero, probablemente, lo más importante sea que el Maestro previene a
sus discípulos ante la amenaza del activismo estéril o de tensiones inútiles
que pueden poner en peligro tanto su identidad de enviados como la misma
misión. A lo largo de los siglos se ha visto en este pasaje una clara llamada a
afrontar con serenidad y equilibrio la evangelización y la propia relación con
el Señor. No es posible sostener un verdadero vínculo con Cristo descuidando el
mandato de estar a solas con Él, fomentando una relación honda y sosegada con
el Maestro. De ahí que la Iglesia se haya dedicado desde siempre a propiciar
tiempos y lugares de oración, para que esta sea una realidad incesante. El
ejemplo más característico del cumplimiento de este deseo del Señor es la
celebración de la liturgia de las horas, cuyos orígenes se pierden incluso
antes de Cristo, constituyendo la manera ordinaria con la que colocamos al
Señor en el centro de nuestra existencia. Sabemos que los mismos apóstoles
subían al templo a orar a determinadas horas. Sin embargo, aparte de la
celebración litúrgica, la Iglesia ha recomendado siempre otros tiempos
especiales de oración, particularmente indicados para los que se van a dedicar
más directamente al anuncio del Evangelio. A simple vista podría darnos la
impresión de que el Señor, por una parte, pide descanso y retiro y, por otra,
no encuentra momento para el propio reposo. Esto no significa una incoherencia
en su enseñanza, sino la constatación de que el auténtico motor de un corazón
de pastor no puede ser un interés personal, sino el deseo de prestar un
servicio concreto hacia lo que los demás necesitan. Así pues, el descanso no
lleva a desentenderse de las necesidades de quienes Jesús tiene delante, sino a
poder valorar con mayor clarividencia lo que el hombre necesita y, así, actuar
en consecuencia.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a
reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les
dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque
eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se
fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los
reconocieron; entonces, de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel
sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se
compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso
a enseñarles muchas cosas.
Marcos 6, 30-34