Fuente: ALFA Y OMEGA
XVIII
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
«El
que viene a mí no tendrá hambre»
El pasaje de este domingo se integra en el
discurso del Pan de vida, que durante varias semanas interrumpe la lectura
semicontinua del Evangelio de Marcos de este año. Tras la narración de la
multiplicación de los panes, omitida al coincidir el domingo pasado con la
solemnidad de Santiago Apóstol, nos introducimos en el diálogo entre Jesús y la
gente, que puede ser visto a modo de catequesis sobre la fe en el Señor y en la
Eucaristía. Las palabras de Jesucristo sobresalen por su profundidad y
densidad, donde ocupa un lugar central la acogida del hombre al Señor. Sabemos
por otros pasajes que san Juan no designa como milagros los portentos
realizados por el Señor, sino que prefiere adoptar el término signo, remitiendo
así a algo que supera lo que ven los ojos. Uno de los puntos que llama la atención
es la cuidada elaboración del texto. Se trata de un capítulo que visto en su
conjunto permite entrever que, a partir de las palabras del Señor, el
evangelista quiso al mismo tiempo elaborar una explicación sobre el sacramento
de la Eucaristía, tan importante en el nacimiento y desarrollo de la primitiva
Iglesia. La relevancia de este pasaje compensa la ausencia de otras referencias
eucarísticas habituales en los sinópticos, como, por ejemplo, la institución de
la Eucaristía. De manera única, el Señor quiere unir en este texto dos
conceptos: pan y vida. Para ello conviene retrotraernos al libro del Éxodo, en
el que, como descubrimos en la primera lectura de este domingo, los israelitas
reciben el maná, una especie de grano que aparecía por las mañanas y que, junto
con las codornices, servía para alimentar a los exhaustos hebreos en el
desierto y mantenerlos con vida. Este era el original pan bajado del cielo, que
sirvió para conservar la vida física. Por eso, ahora el Señor se referirá a un
pan y a una vida de otra índole: una vida eterna, perdurable y plena, y un Pan
que es Jesús mismo, alimento de eternidad. Para nosotros, en nuestros días,
escuchar este pasaje supone también poder superar las realidades concretas y
visibles, para descubrir lo que implican los signos del Señor. En este sentido,
es iluminadora la respuesta de Jesús cuando la gente pregunta: «¿Qué tenemos
que hacer para realizar las obras de Dios?». Si la multitud buscaba un método
para poder disponer de alimento físico, Jesús afirmará que Dios mismo es el que
realiza la acción enviando a su Hijo, a lo cual el hombre debe responder con el
asentimiento de la fe. No se trata, pues, de hacer una obra concreta, sino de
aceptar la fe como un don inmerecido que debe ser pedido y, sobre todo,
recibido.
El anhelo del
Pan
El Hijo enviado y ahora el Pan entregado
manifiestan una vez más que el punto de partida de la fe está siempre en lo
alto, descendiendo de Dios hacia nosotros. Del mismo modo que en la antigüedad
veló por su pueblo en el desierto, ahora cuida de nosotros a través de su único
Hijo. Asimismo, esta visión es la que justifica la misión de los cristianos en
la tarea de evangelización. La petición «Señor, danos siempre de este pan» está
poniendo de manifiesto, por otra parte, que el camino de acercamiento de Dios
hacia el hombre se corresponde con los anhelos más profundos de este. Si más
adelante Juan hará referencia a «el que come mi carne y bebe mi sangre», como
destinatario de la vida eterna, en el pasaje de este domingo alude a «el que
viene a mí» y «el que cree en mí». De este modo, no puede separarse nunca comer
el Pan de vida de creer a Jesús como Pan de vida. En definitiva, estamos ante
un texto modelo para comprender no solo la importancia del sacramento de la
Eucaristía, sino también la relación necesaria entre la Eucaristía y los demás
sacramentos, de una parte, y la experiencia de fe, por otro lado.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús
ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de
Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro,
¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo:
me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta
saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que
perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo
ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer
para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta:
que creáis en el que Él ha enviado». Le replicaron: «¿Y qué signo haces tú,
para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el
maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús
les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del
cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el
pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron:
«Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida.
El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».
Juan 6, 24-35