Domingo IV de Adviento (ciclo
A)
«Para que se cumpliese lo que
había dicho el Señor»
En el tiempo de Adviento tiene particular importancia la
lectura de las profecías del Antiguo Testamento, en las que de modo especial el
profeta Isaías nos va presentando gradualmente detalles sobre los futuros
tiempos mesiánicos. Algunas de sus profecías se verán cumplidas cuando el Señor
venga en poder y gloria al final de los tiempos, pero otras ya han sido
realizadas. Es el caso de la primera lectura que escuchamos este domingo.
Isaías anuncia el gran signo de la
Virgen encinta que dará a luz un hijo. Sin duda, el período
de Adviento, unido al de Navidad, está repleto de promesas del Antiguo
Testamento que la Iglesia
ha visto siempre realizadas en Cristo. Pero además, debido a que Mateo dirige
su Evangelio principalmente a los cristianos provenientes del judaísmo, son más
frecuentes este año las citas o alusiones escriturísticas a Jesús, en quien
ahora se ve llevada a término la antigua alianza. La relevancia de este cumplimiento
es fundamental para comprender la vida de Jesucristo como el punto culminante
de la revelación de Dios y la verdadera llegada de la salvación a los hombres.
La centralidad de Jesucristo
Aunque el relato que este próximo domingo escuchamos
aborda la función de José con relación a Jesús y a María, el personaje
principal es el mismo Jesús. De hecho, el principio del texto describe «la
generación de Jesucristo», y el final muestra que esto se llevó felizmente a
término. Merece la pena, no obstante, detenernos algo en el papel desempeñado
por José en este acontecimiento. Podemos hacernos cargo, en primer lugar, del
desconcierto que debió de experimentar José al ver que la persona con la que se
había desposado esperaba un niño, sin haber vivido juntos todavía, pues el
matrimonio judío tenía varias fases y no había comenzado todavía la
convivencia. El Evangelio es parco en detalles o emociones sobre san José. Poco
se nos dice de él, pero suficiente para saber que «era justo y no quería
difamarla [a María]». El adjetivo «justo» era aplicado ordinariamente a quien
cumplía la ley de Moisés. Según esa ley, María debía haber sido denunciada por
adúltera, lo cual conllevaba la pena de muerte por lapidación, como conocemos,
entre otros textos, por el encuentro entre Jesús y la mujer adúltera. Pero la
decisión de José de repudiarla en privado nos pone ante una ley que muestra una
justicia unida a la compasión y no incompatible con ella. Con todo, no será el
desconcierto el aspecto que prevalecerá en la actuación de José, sino el
cumplimiento de una misión. En la aparición en sueños del ángel, esquema
literario presente en otros lugares de la Biblia para expresar la vocación de algún
personaje importante, José conocerá la gran misión que ha de cumplir: ponerle
al niño el nombre de Jesús, «porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Naturalmente, para ello deberá acoger a María como parte de ese mandato divino.
La respuesta de José a esta propuesta de Dios no pudo darse sin una confianza
total en ese Dios que salva y sin una completa disponibilidad a cumplir su
voluntad. La renuncia de José a cumplir los planes inicialmente pensados sobre
su vida ha sido a menudo puesta en paralelo con el sacrificio de Abrahán,
antepasado suyo, que se mostró dispuesto a renunciar a lo más precioso para él
con tal de cumplir la voluntad de Dios, de quien se fiaba plenamente.
«Le pondrán por nombre Enmanuel»
El nacimiento del Salvador será interpretado como la
llegada del Dios-con-nosotros, la cercanía de Dios con la humanidad. Se trata
de un Dios que es, que está, que salva. En esta obra han intervenido dos
personas de modo singular: María, acogiendo en su seno a Jesús; y José,
buscando y siguiendo la voluntad de Dios. María y José no hacen sino colaborar
en la acción del Espíritu Santo, que, como refleja este pasaje, ha hecho
posible la Encarnación
del Hijo de Dios. La respuesta de María y José supone para nosotros también una
llamada a acoger las inspiraciones interiores de Dios que nos llama siempre a
vivir en una mayor comunión con Él y con nuestros hermanos.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
La generación de Jesucristo fue de esta
manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos,
resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería
difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta
resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José,
hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en
ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre
Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que
había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a
luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa
“Dios-con-nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el
ángel del Señor y acogió a su mujer.
Mateo 1, 18-24