Domingo III de Adviento
(ciclo A)
«Lo que estáis viendo y
oyendo»
Con las palabras Gaudete in Domino (Alegraos
en el Señor), ha comenzado tradicionalmente la celebración eucarística del
tercer domingo de Adviento. Se trata de un canto cuyo texto pertenece a la
carta de san Pablo a los filipenses y que da nombre a este domingo. El gozo de
este tiempo de espera en el Señor se condensa en este día, en el que las
oraciones y las lecturas también expresan con alegría que la salvación de Dios
llega. En el Evangelio aparece en primer plano Juan Bautista, que tiene interés
por conocer si Jesús es realmente el Mesías: «¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro?». La pregunta de Juan se encuadra en una serie de
pasajes en los que se plantea la cuestión de la identidad del Señor. En este
caso es Juan el que manda a sus discípulos a preguntarle a Jesús, pero en otros
pasajes es el mismo Jesús el que interroga a sus discípulos sobre su persona.
La salvación ha llegado
La respuesta del Señor alude de modo inmediato a la
novedad traída por su persona. Si siglos antes el profeta Isaías había predicho
el final del destierro en Babilonia con el ambiente de alegría que refleja la
primera lectura de este domingo, ahora Jesús solo pide mirar alrededor para
constatar que la acción de Dios ha llegado de modo definitivo y radical. Si el
profeta Isaías acude a imágenes poéticas, estableciendo un paralelismo entre la
alegría del campo en primavera y la novedad de la salvación, la respuesta del
Señor se centra sobre todo en lo que afecta a los hombres. Y antes de enumerar
cuáles son las obras de salvación, hace referencia a «lo que estáis viendo y
oyendo». El Señor es directo en su afirmación y no idealiza un futuro más o
menos remoto, sino que quiere que fijemos la mirada en la acción real de Dios
en la historia. En realidad, el Señor acude al mismo modo en el que el pueblo
de Israel había sido consciente de la presencia de Dios en su historia:
reconocían a Dios porque eran salvados de sus enemigos, fueran estos el faraón
o los babilonios; y esto solo podía ser obra de un Dios mayor que los dioses
extranjeros. La llegada de la salvación produce, por lo tanto, una
transformación en el hombre: «los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen», son algunas de las novedades realizadas por
el Señor, de las cuales todos eran testigos y suponían el cumplimiento de la
profecía anunciada en la primera lectura.
Una salvación no deslumbrante
El Evangelio de este domingo constata que con el comienzo
del ministerio público del Señor ha comenzado la salvación, pero también que
esa salvación se hace desde lo pequeño y humilde. La frase «los pobres son
evangelizados» refleja que a ellos se dirige especialmente la buena noticia del
Señor, que es un mensaje de esperanza para las personas más alejadas de la
alegría, ya que no esperan nada de la vida. Lo pobre aparecerá siempre en el
Evangelio, tanto para referirse a las personas más humildes como a lo pequeño,
lo insignificante, lo oculto, que será lo que tantas veces dé los mayores
frutos para el Señor: el grano de mostaza; el grano que cae en tierra y muere;
la sal, que no se ve, pero da sabor; la levadura en la masa. Muchos en tiempos
de Jesús pensaban que el Mesías llegaría al son de trompetas, como si se tratara
de un héroe victorioso. Sin embargo, la venida del Señor va a traer consigo la
bondad, la misericordia y el amor de Dios hacia los más pequeños. Esto es algo
que podía decepcionar a quienes esperaban un Mesías destinado a imponerse sin
más espera. Y esta es la otra gran enseñanza de este tiempo: la espera del
Señor exige paciencia. El que no se escandaliza del Señor es el que sabe
aguardar y comprende que a menudo nuestros tiempos no son los de Dios y confía
todo a los momentos y ritmos que la salvación de Dios va marcando en la
historia de cada uno y de toda la sociedad.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las
obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo
que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos
quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y los pobres son
evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la
gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña
sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo?
Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué
salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de
quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu
camino ante ti”. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que
Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande
que él».
Mateo 11, 2-11