XXV
Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«Ningún siervo puede servir a
dos señores»
Alo largo de su Evangelio, san Lucas subraya los peligros
de un excesivo apego al dinero. Las riquezas en sí no son injustas, dado que
constituyen un medio a nuestra disposición para vivir y poder ayudar a otras
personas. Sin embargo, el evangelista advierte que la abundancia puede
convertirse, en la práctica, en uno de los principales obstáculos para seguir a
Jesucristo. Hace dos domingos se nos invitaba a renunciar a lo secundario, no
anteponiendo nada al seguimiento del Señor. Este domingo, como una concreción
más de la enseñanza de Jesús, se nos dice con claridad que quien no renuncia a
todos sus bienes no puede ser discípulo de Cristo; quien vive apegado a las
riquezas materiales se incapacita para vivir en plenitud la vocación primera a
la que ha sido llamado por Dios: el amor a Dios y a los hombres.
«Ganaos amigos con el dinero de iniquidad»
Lucas incorpora en el Evangelio algunos pasajes
desconcertantes a primera vista. Al igual que sucedía hace unos días con la
expresión «he venido a prender fuego a la tierra» (Lc 12, 49), resulta
llamativo que el Señor nos proponga aumentar el número de nuestros amigos a
través de una injusticia, ya que es un principio moral fundamental que el fin
no justifica los medios. ¿Qué es, entonces, lo que pretende enseñarnos Jesús?
En la cultura en la que vivía el Señor era habitual que el administrador de los
bienes no fuera un simple intermediario entre un señor y sus deudores, siendo el
administrador también acreedor de los deudores y pudiendo, en parte, decidir la
cantidad que finalmente debían pagar los deudores. Es ahí donde Jesús alaba la
astucia con la que actúa su administrador. Al igual que en el resto de
parábolas, el Señor se está refiriendo a realidades que van más allá del caso
concreto, ofreciéndonos al final del pasaje la enseñanza que podemos obtener de
sus palabras.
Como sabemos, uno de los puntos en los que más insiste la Escritura es la denuncia
frente a la explotación del pobre. De ello nos da cuenta la primera lectura de
este domingo, del profeta Amós. En ese texto se describen, por una parte, las
trampas corrientes para estafar al pobre y se concluye con la promesa del Señor
de no olvidarse de estas malvadas acciones. En esta misma línea, el salmo
responsorial constata, en continuidad con esta tradición de defensa del pobre,
que el Señor «levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre». Por
esto, al final del Evangelio se afirma que quien actúa con astucia perdonando
las deudas, será recibido en las moradas eternas cuando tenga que rendir
cuentas a Dios al final de su vida. Quien practica la misericordia, recibirá
misericordia.
Ser administradores astutos
De un modo magistral, el Señor consigue que nos identifiquemos
con la figura del administrador, teniendo en cuenta el uso que hacemos de
aquello que se nos ha concedido cuidar. Ciertamente, en esta gestión disponemos
de una amplia libertad, pero también nos exige una constante decisión entre ser
honrados o injustos, fieles o infieles, egoístas o altruistas. La astucia con
la que actúa el administrador de la parábola se basa en haber decidido
compartir con otros aquello que le ha sido dado. El dinero no deja de ser un
medio de subsistencia, pero este pasaje del Evangelio nos recuerda que para que
fructifiquen nuestras cualidades y riquezas hemos de compartirlas con quien
puede necesitarlas. No poder servir a Dios y al dinero significa que si nos
obcecamos por lo segundo, nos cerramos a amar a los demás, puesto que nuestro
propio bienestar y la seguridad material se convierten en el único objetivo de
nuestra vida.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar
sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti?
Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir
administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer,
pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar
me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la
administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a
los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Éste
respondió: “100 barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa,
siéntate y escribe 50” .
Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó: “100 fanegas de trigo”.
Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe 80” . Y el amo felicitó al administrador
injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este
mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo:
ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban
en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel;
el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no
fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no
fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede
servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien
se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al
dinero».
Lucas 16, 1-13