Domingo de Pentecostés (ciclo B)
“Recibid el Espíritu Santo”
Puede llamar la atención que el pasaje del Evangelio que
tenemos ante nosotros lo hemos escuchado hace pocas semanas, en concreto, el
domingo de la octava de Pascua. Ese día el texto era más extenso, ya que
hablaba de otra aparición al octavo día. Este domingo, en cambio, el relato
concluye con «el anochecer de aquel día, el primero de la semana». De hecho,
san Juan considera el Espíritu Santo como un fruto de la Resurrección , como el
gran don del Resucitado, ya que Jesús, al presentarse por primera vez tras su
vuelta a la vida «sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo». Sin
embargo, Lucas, cuya primera lectura escuchamos también, alude a la venida del
Espíritu Santo 50 días después de resucitar, «al cumplirse el día de
Pentecostés». Hemos de tener en cuenta que Pentecostés significa precisamente
50 días. El motivo de la insistencia en esa cifra está en que el número 50
indica plenitud para los judíos. Es como una semana de semanas más un día. Para
ellos, tras la Pascua
se celebraba la fiesta de la recolección agrícola y se conmemoraba la Alianza del Sinaí. De
hecho, el episodio de Pentecostés es descrito por la primera lectura retomando
elementos de la manifestación de Dios en el Sinaí, donde aparece viento, ruido
y fuego. Por eso nosotros celebramos este día no como una fiesta independiente
de la Pascua
del Señor, sino como su culminación. Por lo tanto Pascua y Pentecostés
conforman una unidad inseparable. Dicho de otra manera: la glorificación del
Señor está unida al envío del Espíritu Santo.
Sopló sobre ellos
Estamos habituados a celebrar Pentecostés como el origen
de la Iglesia. Sin
embargo, esta fiesta nos remite al mismo tiempo a otra realidad previa en el
tiempo. El célebre himno Veni, Creator Spiritus (Ven, Espíritu
Creador) se refiere a los primeros versículos de la Biblia , que, mediante
imágenes, presentan la creación del mundo. En concreto se afirma que por encima
del caos y del abismo «aleteaba del Espíritu de Dios». Además, la propia
liturgia nos recuerda en la
Vigilia Pascual esta realidad, cuando, tras la lectura del
libro del Génesis que nos narra la
Creación , respondemos cantando «envía, Señor, tu Espíritu».
Por eso, Pentecostés es también una fiesta de la creación. La presencia del
Espíritu en el inicio de la historia significa que el mundo no existe por sí
mismo, sino que proviene del Espíritu Creador de Dios. Y ese mismo Espíritu que
asistía al nacimiento del mundo acude ahora al nacimiento de la Iglesia.
Jesús envía el Espíritu Santo
El significado profundo del envío del Espíritu Santo es la
consecuencia última de que Jesús, y a través de Él el Padre, viene hacia
nosotros y nos atrae hacia sí. El mismo evangelista, Juan, considera como fruto
de esta venida la vida y la libertad. En primer lugar, afirma en otro pasaje
«yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Así
pues, no debemos olvidar quién es el que nos da la verdadera vida. Cuando solo
se quiere ser dueño de la vida, esta se queda cada vez más vacía y más pobre.
Jesús, en cambio, nos permite ver que solo se halla la vida dándola, y no se la
encuentra apoderándose de ella. El Espíritu Santo no es sino el puro don, el
donarse por completo de Dios. De este modo, cuanto más entrega uno su vida por
los demás, tanto más hay vida en esa persona. En cuanto a la libertad, la Sagrada Escritura
une este concepto a la filiación. Los hijos son libres, frente a los esclavos
que no pueden decidir. Nosotros hemos recibido un espíritu de hijos adoptivos
que nos hace exclamar: «¡Abbá, Padre!» (Cf. Rm 8, 15). Ahora bien, ser hijo
significa también ser heredero y, por consiguiente, debían preocuparse de la
buena administración de sus propiedades. Es decir, ser libre significa también
ser responsable, y ser hijos de Dios nos compromete en la administración de los
dones de Dios hacia el mundo. No es poco afirmar que el Espíritu nos da la vida
y nos hace hijos. Pero también entraña una enorme responsabilidad para la que,
por otra parte, no estamos desasistidos.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el primero de la
semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo
a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a
vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos».
Juan
20, 19-23