XIV Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
Yo os aliviaré
Las palabras con las que comienza el pasaje del Evangelio
de hoy nos muestran de un modo singular el vínculo entre Jesús y el Padre, al
mismo tiempo que reflejan la intimidad de esta relación. El hecho de comenzar
con una fórmula de acción de gracias es prueba de que el sentimiento más
profundo de Jesucristo es el del agradecimiento a Dios, una gratitud absoluta.
Para entender bien la oración del Señor es oportuno conocer que esta plegaria
no nace de un éxito rotundo en su ministerio: Jesús ha predicado y su enseñanza
no ha sido recibida con entusiasmo por unos destinatarios que, de antemano,
deberían estar especialmente interesados en su discurso. En efecto, los sabios
y las personas con una trayectoria religiosa más arraigada son los primeros en
mostrar desinterés y rechazo frente a la enseñanza del Señor. Así, conforme
pasan los días, Jesús va descubriendo que, a pesar de su afán por anunciar el
Reino de Dios, precisamente los que deberían estar más capacitados para
comprender la profundidad de sus enseñanzas —los fariseos, los escribas o los
sumos sacerdotes— se resisten a recibir esta predicación.
Sin embargo, lo que a primera vista aparenta ser un
fracaso en el ministerio de Jesús es ocasión para descubrir quiénes son los
verdaderos destinatarios de la revelación de Dios, o, más bien, qué actitud ha
de tomar el hombre si quiere recibir la salvación de Dios. Desde luego, si el
Evangelio dice que «has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se
las has revelado a los pequeños», queda patente que para que el hombre pueda
conocer y, desde ahí, amar a Dios, es imprescindible que se sitúe en una
posición de humildad y sencillez como la de un niño.
El conocimiento mutuo
del Padre y del Hijo
A continuación, escuchamos que entre el Padre y el Hijo se
da una relación personal e íntima, no comparable a ningún caso de los que
conocemos entre nosotros. Es difícil expresar lo que aquí sucede con mayor
claridad y transparencia que las palabras de Jesús. Pero lo significativo para
nosotros es que la estrecha unión entre el Padre y el Hijo tiene consecuencias
en nuestra vida de cristianos. Del mismo modo que por el Bautismo somos
introducidos en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, también nos
hacemos partícipes de esa íntima relación de Jesucristo con su Padre. Esto es
lo que significa que seamos «hijos en el Hijo». Ser cristiano no significa
simplemente ser miembro de una asociación religiosa o compartir con otras
personas unas creencias sobre Dios, el mundo y el hombre, o verse impulsado a
actuar de tal o cual manera. La condición de bautizados afecta a los más
profundo de nuestra vida, que es participar de la unión de Cristo con u Padre,
de su alabanza y de su oración. No alabamos ni damos gracias a Dios por nuestra
cuenta, sino a través de Jesucristo.
El yugo de Jesús
Llama la atención la paradoja de Jesús al ofrecer a sus
seguidores su yugo: «tomad mi yugo sobre vosotros». Ciertamente, a continuación
aclara: «mi yugo es llevadero y mi carga ligera». La intención del Señor es
ofrecernos su ayuda para sobrellevar las dificultades de la vida. El cristiano
no puede pensar que se encuentra solo para afrontar sus problemas. Nuevamente
nos unimos al Señor: en primer lugar, compartiendo las dificultades con Él, es
decir, pudiendo mirar su yugo y su cruz; en segundo lugar, haciéndonos
solidarios con las personas que sufren especialmente. En definitiva, frente a
la tentación de sentirnos solos, el Señor quiere ofrecernos realizar un camino
juntos: primero participando de su profunda relación con el Padre; segundo,
andando a nuestro lado para aliviar este recorrido. Para que esta ayuda sea
real, poco se requiere de nuestra parte: ser sencillos y pequeños ante Dios,
huyendo del orgullo de considerarnos autosuficientes.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños.
Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y
nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para
vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Mateo 11, 25-30