Fuente: ALFA Y OMEGA
III Domingo de Pascua (ciclo C)
¿Me amas?
Los exégetas dividen el Evangelio de Juan en tres partes:
el prólogo, el libro de los signos y el libro de la gloria. Este texto
pertenece al libro de la gloria, donde se relata el encuentro de los discípulos
con Cristo Resucitado.
El relato evangélico se ubica en el lago de Genesaret,
punto de partida de su predicación mesiánica. Jesús y sus discípulos vuelven a
encontrarse junto al lago, lugar también de la nueva llamada a sus discípulos.
Han cambiado las circunstancias. El Cristo pascual aparece como un desconocido
vagabundo al borde de la playa. Los discípulos aparecen juntos, de vuelta al
único trabajo que conocen. Sin embargo, aunque conocen el arte de la pesca y la
geografía del lago, no tienen éxito.
Al escuchar las recomendaciones de aquel desconocido, que
desde la playa les indica el lugar oportuno para la pesca, tal vez se
sorprendieran, pero obedecieron. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron
la red repleta de peces. ¿Quién era aquel individuo? Es el amigo íntimo quien
confirma la sospecha y le reconoce primero: ¡Es el Señor! Perplejos por la
sorpresa, nadie se atreve a preguntarle, pero todos tienen la convicción de que
es Jesús. Tras una sucesión de imperativos: Traed, venid, comed…, los discípulos
se reúnen con Jesús en una comida pascual, que evoca la Eucaristía y confirma
en ellos la certeza del Cristo vivo y resucitado.
¿Me amas?
El centro del relato lo ocupa el diálogo entre Jesús y
Pedro. Es una experiencia de amor y perdón. Pedro ha traicionado a Jesús por
debilidad, fragilidad y miedo. Pero el Señor no le recrimina ni rechaza;
simplemente le ama y perdona. Ante la triple negación se impone la triple
profesión de amor de Pedro a Jesús. Quien le ha negado ahora le confiesa. Y
muestra así su disposición para asumir de nuevo el ministerio que Jesús le
había encomendado: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18).
Lo único que le pide Jesús a Pedro es la confirmación de
su amor: «¿Me amas?». El amor está unido al seguimiento y misión de Cristo:
«Apacienta mis ovejas». La misión presupone el amor. El amor es la condición
necesaria para el ministerio apostólico.
Apacentar la grey del Señor supone la entrega cotidiana de
la propia vida al servicio de la
Iglesia hasta el martirio. El buen pastor que ama a sus
ovejas da la vida por ellas. El apóstol recibe una llamada a gastarse y
desgastarse por los que le son encomendados. ¿Cómo puede hacer esto? Solo si
está unido y ama a Jesucristo.
Pedro, que era discípulo, se ha convertido en apóstol. El
relato enseña que la experiencia del Cristo Resucitado es presupuesto básico
para el inicio de la misión apostólica.
¡Sígueme!
Junto al mandato de apacentar el rebaño, Jesús anuncia a
Pedro su martirio. Estas palabras recuerdan el diálogo entre ambos en la Última
Cena: «Adonde yo voy, tú no puedes seguir ahora, me seguirás más tarde» ( Jn
13,36). Ha llegado ya ese «más tarde». Apacentando el rebaño del Señor, Pedro
entra en el misterio pascual. Cristo ha vivido el suyo, ahora le toca a Pedro.
Tanto Pedro como Juan aparecen al final de este relato
como discípulos y apóstoles que siguen al Señor. Pedro es la representación de
Jesús; Juan es el amigo íntimo del Señor. La representación sacramental de
Jesucristo y la amistad espiritual con Él se interrelacionan y complementan de
tal forma que no se puede ser representación sin ser amigo íntimo del Señor.
Tal vez sea este el mensaje especial que el Evangelio dirige en este día a
todos los sacerdotes: son llamados a un seguimiento de amor, siendo amigos
íntimos del Hijo, para representar al Señor en su ministerio como pastores que
dan la vida por el pueblo a ellos encomendado.
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los
discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban
juntos Simón Pedro; Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea;
los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a
pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se
embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando
Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado? » Ellos contestaron: «No». Él les
dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no
podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba
le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que
estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se
acercaron en la barca. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado
puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de
coger... Vamos, almorzad».
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo
de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te
quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te
quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara
por tercera vez: «¿Me quieres?», y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú
sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en
verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías;
pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará
adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a
Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».
Juan 21, 1- 19