Domingo de Pascua (ciclo C)
Resucitó
La
celebración de la Semana
Santa y del Santo Triduo Pascual culmina con la celebración
del Domingo de Pascua de la
Resurrección del Señor. El protagonista de todos estos santos
días ha sido Jesucristo. El Jueves Santo actualiza su entrega por toda la
humanidad. El Viernes Santo recuerda su pasión y muerte en la cruz. El Sábado
Santo evoca su sepultura silenciosa durante el gran sábado judío. Y el Domingo
de Pascua conmemora su Resurrección. El canto del pregón pascual y la
proclamación del Evangelio durante la solemne Vigilia Pascual, en la gran noche
sacramental, anuncia a toda la
Iglesia el mensaje más revolucionario de toda la historia:
Cristo Jesús ha resucitado de la muerte y vive para siempre.
En
medio de toda esta atmósfera pascual, se proclama en el domingo más importante
de todo el año un hermoso texto del Evangelio según san Juan que evoca aquellos
primeros momentos en el que los discípulos conocen la noticia de la Resurrección del
Señor.
Es
importante advertir la referencia al «primer día de la semana». Jesús murió la
víspera del gran sábado judío en el que se paralizaban todas las actividades.
Por eso, las mujeres tuvieron que esperar hasta el día siguiente al sábado, el
primer día de la semana, para acercarse al sepulcro de Jesús y completar las
tareas de embalsamamiento del cuerpo que, por las prisas, no había podido
culminar antes de su entierro. La sorpresa fue mayúscula cuando, muy temprano,
advirtieron que la gran piedra que cerraba la tumba estaba abierta,
literalmente «sacada de su surco». Estaba abierta no para sacar a Jesús, sino
para que pudieran entrar los testigos oculares. Las mujeres no entraron. Ante
el desconcierto, fueron corriendo para avisar a los discípulos, a quienes
informaron de que «se han llevado del sepulcro al Señor…». María Magdalena es
la primera que descubre y comunica los indicios de la gran noticia, pero no
puede interpretarlos todavía; piensa que han robado el cuerpo. En otros
evangelios, es el primer testigo de la Resurrección. Por
eso, en algunos escritos medievales se la llamaba la «superapóstola»,
porque es la primera que anuncia a los apóstoles la Resurrección del
Señor.
A
continuación son Simón Pedro y «el discípulo amado», amigo de Jesús, que la
tradición cristiana identifica con Juan, los que entran en escena. Corren
juntos hacia el sepulcro por la gravedad de la noticia. Tienen que inclinarse,
agacharse para entrar por la cavidad de la tumba y, al entrar, Pedro queda
perplejo. Se fija, sobre todo, en los lienzos y el sudario «enrollado en un
sitio aparte». ¿Por qué? Porque los lienzos y el sudario tendrían que estar
pegados al cuerpo de Jesús por el agua y la sangre. Si se han llevado su
cuerpo, tendrían que haberse llevado también el sudario con él. ¿Quién se va a
entretener en un robo a doblar perfectamente estas telas? Alguien tuvo el sumo
cuidado de doblarlos y ponerlos en un sitio aparte. La armonía que se
encuentran en el interior descarta cualquier tipo de robo o asalto violento. Se
presiente orden y paz.
Junto
con Simón Pedro entra «el discípulo amado», muy probablemente el evangelista
que relata este acontecimiento, y en dos palabras magistrales describe su
reacción interior: «vio y creyó». Al ver aquella escena, comprendió lo que
había dicho Jesús y creyó en su Resurrección. Por eso, el último versículo de
este texto evangélico ayuda a interpretar mejor la reacción de Juan: «No habían
entendido la Escritura …
él había de resucitar de entre los muertos».
En
el gran día de Pascua, solemnidad de las solemnidades del año, este texto del
Evangelio según san Juan anuncia a todos los hombres y mujeres de este momento
histórico, que Jesús, el Cristo, ha resucitado y está vivo, vivo para siempre.
Los discípulos de Jesús son testigos de su sepulcro vacío, y testigos, también,
como veremos en los próximos domingos, del Resucitado. El sepulcro es lugar de
muerte, no de vida. Nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; así
lo había comunicado el mismo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la Resurrección y la
vida» (Jn 11,25). Antes lo habían escuchado, ahora comprueban que es verdad.
Termino
con las palabras con las que se saludarán en este Domingo de Pascua todos los
hermanos orientales; y que, además de un saludo, suponen una auténtica
profesión de fe: «Christós alethós anesti» («Verdaderamente ha
resucitado Cristo»). A lo que se contesta: «Alethós anesti»
(«Verdaderamente ha resucitado»).
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al
sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a
quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del
sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro;
se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos
tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el
sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la
cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró
también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y
creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura : que él había
de resucitar de entre los muertos.
Juan 20, 1-9