Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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sábado, 5 de marzo de 2016

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

IV Domingo de Cuaresma (ciclo C)
Misericordia

La parábola del hijo pródigo es de las más conocidas. Se trata de un texto conmovedor, que siempre aporta algo nuevo. Hoy lo interpretamos en el contexto de la Cuaresma y en el Año de la Misericordia.
Dice el texto que se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores para escucharlo. También se acercaban los fariseos y escribas, pero para criticarlo. Los primeros se sentían atraídos por sus palabras; los segundos se sentían molestos por esta atención. Bien se ve que el Señor buscaba a los considerados perdidos en aquella injusta sociedad judía, en tantas cosas parecida a la nuestra. Jesús aprovecha para mostrar a los presentes, pecadores y autoridades judías, a través de una sencilla parábola, la imagen misericordiosa de Dios Padre.
La historia tiene tres protagonistas principales: un padre y dos hijos. Veamos a cada uno de ellos.
El primero es el hijo menor. Es de suponer que, probablemente en medio de la azarosa juventud, pide al padre la parte de su fortuna que le corresponde como herencia. Más que pedir, se presiente la exigencia. El padre podría haberse negado; sin embargo, accedió.
El hijo emigró a un país lejano, tal vez en busca de la libertad añorada. Fue tiempo de fiestas y comilonas. Cuando derrochó su fortuna, desaparecieron los amigos, las diversiones… Más aún, inesperadamente vinieron tiempos de carestía en el alimento y el trabajo. ¡Él, que se sentía admirado y dominador del mundo, porque poseía dinero… ni siquiera podía alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos! El cerdo, el animal más bajo e impuro en la mentalidad judía, vivía mejor que él. ¿Cómo podía haber caído tan bajo? Es evidente que no solo se sintió hambriento y abandonado; sobre todo, humillado. Sin embargo, esta situación de des-gracia se va a convertir para él en una situación de gracia. Dice el texto que, recapacitando, es decir, dándose cuenta de la realidad, reconoce su propia verdad: «he pecado» contra Dios y contra su padre. Y toma la decisión de volver a la casa paterna y reconocer ante el padre su equivocación; y está dispuesto a pagar su falta: ya no será tratado como un hijo, sino como un jornalero. ¡Hay que ser muy valiente y humilde para reaccionar así!
El segundo personaje es el padre. Todos los días salía al camino para ver si volvía su hijo. No había perdido la esperanza. Sabía quién era su hijo. Cabe presuponer la alegría que sintió cuando lo reconoció llegar de lejos. Aunque era viejo, corrió a su encuentro. Y aunque el hijo menor quería disculparse, no le dejaba, le cubría de besos, le abrazaba y dio órdenes de vestirlo con «la mejor túnica» y celebrar un banquete.
Faltaba el hijo mayor. Estaba en el campo, trabajando. Al regresar y ver el alboroto, preguntó el motivo a los criados. Estos no solo le comunican que ha regresado el hijo menor, sino también que su padre ha sacrificado el ternero cebado, como advirtiendo del exceso concedido al hijo encontrado. El hijo mayor «se indignó» y no quería entrar. Estaba dolido por el exceso de amor del padre a su hermano y, tal vez, porque él no lo había percibido tan evidente hacia él. El padre salió, de nuevo, a persuadir al otro hijo. Nuevo dolor. Nuevos improperios; ahora del hijo mayor. Y el padre, con el mismo amor de siempre para los dos, explica a su hijo mayor que siempre ha sido querido y que debe alegrarse por el rescate de su hermano.
Hay muchas enseñanzas en esta parábola. El hijo menor quería libertad, y el peligro de la libertad es el libertinaje. El segundo optó por la fidelidad, pero el peligro de la fidelidad es la hipocresía. El padre optó por el amor, el perdón y la misericordia con sus dos hijos.

Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos


Evangelio

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».


Lucas 15, 1-3. 11-32