IV Domingo de Cuaresma (ciclo C)
Misericordia
La parábola del hijo pródigo es de las más conocidas. Se
trata de un texto conmovedor, que siempre aporta algo nuevo. Hoy lo
interpretamos en el contexto de la
Cuaresma y en el Año de la Misericordia.
Dice el texto que se acercaban a Jesús los publicanos y
pecadores para escucharlo. También se acercaban los fariseos y escribas, pero
para criticarlo. Los primeros se sentían atraídos por sus palabras; los
segundos se sentían molestos por esta atención. Bien se ve que el Señor buscaba
a los considerados perdidos en aquella injusta sociedad judía, en tantas cosas
parecida a la nuestra. Jesús aprovecha para mostrar a los presentes, pecadores
y autoridades judías, a través de una sencilla parábola, la imagen misericordiosa
de Dios Padre.
La historia tiene tres protagonistas principales: un padre
y dos hijos. Veamos a cada uno de ellos.
El primero es el hijo menor. Es de suponer que,
probablemente en medio de la azarosa juventud, pide al padre la parte de su
fortuna que le corresponde como herencia. Más que pedir, se presiente la
exigencia. El padre podría haberse negado; sin embargo, accedió.
El hijo emigró a un país lejano, tal vez en busca de la
libertad añorada. Fue tiempo de fiestas y comilonas. Cuando derrochó su fortuna,
desaparecieron los amigos, las diversiones… Más aún, inesperadamente vinieron
tiempos de carestía en el alimento y el trabajo. ¡Él, que se sentía admirado y
dominador del mundo, porque poseía dinero… ni siquiera podía alimentarse de las
algarrobas que comían los cerdos! El cerdo, el animal más bajo e impuro en la
mentalidad judía, vivía mejor que él. ¿Cómo podía haber caído tan bajo? Es
evidente que no solo se sintió hambriento y abandonado; sobre todo, humillado.
Sin embargo, esta situación de des-gracia se va a convertir para él en una
situación de gracia. Dice el texto que, recapacitando, es decir, dándose cuenta
de la realidad, reconoce su propia verdad: «he pecado» contra Dios y contra su
padre. Y toma la decisión de volver a la casa paterna y reconocer ante el padre
su equivocación; y está dispuesto a pagar su falta: ya no será tratado como un
hijo, sino como un jornalero. ¡Hay que ser muy valiente y humilde para
reaccionar así!
El segundo personaje es el padre. Todos los días salía al
camino para ver si volvía su hijo. No había perdido la esperanza. Sabía quién
era su hijo. Cabe presuponer la alegría que sintió cuando lo reconoció llegar
de lejos. Aunque era viejo, corrió a su encuentro. Y aunque el hijo menor
quería disculparse, no le dejaba, le cubría de besos, le abrazaba y dio órdenes
de vestirlo con «la mejor túnica» y celebrar un banquete.
Faltaba el hijo mayor. Estaba en el campo, trabajando. Al
regresar y ver el alboroto, preguntó el motivo a los criados. Estos no solo le
comunican que ha regresado el hijo menor, sino también que su padre ha
sacrificado el ternero cebado, como advirtiendo del exceso concedido al hijo
encontrado. El hijo mayor «se indignó» y no quería entrar. Estaba dolido por el
exceso de amor del padre a su hermano y, tal vez, porque él no lo había
percibido tan evidente hacia él. El padre salió, de nuevo, a persuadir al otro
hijo. Nuevo dolor. Nuevos improperios; ahora del hijo mayor. Y el padre, con el
mismo amor de siempre para los dos, explica a su hijo mayor que siempre ha sido
querido y que debe alegrarse por el rescate de su hermano.
Hay muchas enseñanzas en esta parábola. El hijo menor
quería libertad, y el peligro de la libertad es el libertinaje. El segundo optó
por la fidelidad, pero el peligro de la fidelidad es la hipocresía. El padre
optó por el amor, el perdón y la misericordia con sus dos hijos.
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla
Disciplina de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los
publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas
murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos;
el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la
fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo
menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su
fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella
tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se
contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a
apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos,
pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros
de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me
levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame
como a uno de tus jornaleros”. Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y,
echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo
tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la
mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los
pies; traed el ternero cebado y matadlo; comamos y celebremos un banquete,
porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el
campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y
llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo
ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió
e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos
años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has
dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha
venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el
ternero cebado”. Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es
tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano
tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».
Lucas 15, 1-3. 11-32