II Domingo de Pascua (ciclo C)
Para que creas
El segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia
concluye la Octava
Pascual , es decir, los ocho días posteriores al domingo de
Pascua, en el que los nuevos cristianos, que habían recibido la iniciación
cristiana en la gran noche sacramental de la Vigilia Pascual ,
concluían su formación inicial y se ponían sus vestiduras blancas,
características de su nueva incorporación a Cristo. Por eso, se llama a este
domingo, también, dominica in albis (domingo blanco), o domingo de Tomás, por
el hermoso texto evangélico que se proclama.
A lo largo de este tiempo de la cincuentena pascual –que
san Atanasio consideraba como «el gran domingo» de Pascua–, se proclamarán las
apariciones de Jesús Resucitado a sus discípulos. Estas acontecen regularmente
el primer día de la semana judía y cada ocho días, para recordar el día santo
de la resurrección del Señor. El relato evangélico de este domingo describe al
grupo de los apóstoles reunidos y ofuscados por el miedo y la inseguridad. Se
describe una comunidad triste y desorientada. Tenían miedo a los judíos. Las
puertas cerradas son signo de la debilidad interior que paraliza el corazón de
la comunidad.
En este contexto, Jesús se hace presente en medio de ellos
y se manifiesta resucitado. Su saludo pascual es siempre el mismo y repetido:
«Paz a vosotros». Inmediatamente, el corazón compungido de los discípulos se
alegra al ver al Señor. Son los frutos de la Pascua : la alegría y la paz. Y es en este
momento, según el Evangelio de Juan, cuando los capacita con la fuerza de su
Espíritu y los envía a la misión.
La escena aumenta su dramatismo cuando se advierte la
ausencia de Tomás y de su comprensible incredulidad ante el testimonio de los
hermanos: «Hemos visto al Señor». Los discípulos dan ya testimonio experiencial
de Cristo Resucitado. Los que no habían creído a las mujeres intentan ahora
convencer a Tomás. Pero no lo logran.
Tomás desconfía del testimonio unánime de los hermanos. No
puede admitir la posibilidad del Resucitado. Está cerrado a la novedad del
misterio anunciado por Jesús. Pone condiciones: «Si no lo veo con mis propios
ojos y lo compruebo personalmente, no lo creeré». Representa al hombre
escéptico de todos los tiempos con problemas de fe, y no es fácil admitir lo extraordinario
en mentes tan racionalistas como las de Tomás.
Sin embargo, Jesucristo conoce muy bien el corazón humano.
No pacta con mediocridades ni con las modas del momento. Conoce nuestras dudas
y torpezas, por eso nos invita a la confianza. Solo el Evangelio puede curar
nuestras dudas y preocupaciones, como sanó la incredulidad soberbia de Tomás.
El encuentro con el Resucitado transformó la duda en confesión de fe; al
escéptico en apóstol; al incrédulo en creyente: «¡Señor mío y Dios mío!». La
duda no puede ahogar la posibilidad de la fe. ¡Qué bien lo entendió el cardenal
Newman cuando afirmaba: «La fe es la capacidad de soportar las dudas»!
El reproche de Jesús a Tomás puede valer también para
nosotros: «¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?... No seas incrédulo,
sino creyente». El Señor nos invita a la fe y a la confianza en Él. Incluso en
medio de las dificultades, el Señor nos dice que la solución no pasa por exigir
señales, sino en creer en Jesús: «¡Dichosos los que crean sin haber visto!». Es
la última bienaventuranza de Jesús recogida en el Evangelio de Juan: la
bienaventuranza de la fe. Creer significa vivir; y la vida es cuestión de fe.
Así termina la primera conclusión del Evangelio de Juan: «Muchos otros signos,
que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.
Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 30).
Esta es la finalidad de todo lo escrito en su Evangelio:
para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo
tengáis vida. Juan concluye la narración sobre la vida de Jesús llamando a la
fe de sus discípulos como condición indispensable para que haya vida en ellos.
El que cree en Jesucristo vive; y el que vive de Jesucristo, cree.
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos
y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con
ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al
Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos,
si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado,
no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás
con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos;
trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto
has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro,
hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que
creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis
vida en su nombre.
Juan 20, 19-31