Fuente: ALFA Y OMEGA
XXXI
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
El
amor al Señor y al prójimo
La liturgia del domingo nos presenta un
pasaje central para entender cómo Jesús concibe el cumplimiento de la voluntad
del Padre, al mismo tiempo que revela su posicionamiento sobre los demás
mandamientos. Aparentemente, el diálogo entre el escriba y Jesús se desarrolla
en un tono pacífico, sin polémica, a diferencia de lo que hallamos en otros
capítulos del Evangelio. La ausencia de tensión se pone de manifiesto en las
últimas palabras del pasaje, al señalar Jesús: «No estás lejos del Reino de
Dios». Para comprender el sentido de la pregunta debemos tener en cuenta que,
en tiempos de Jesús, los preceptos de la ley de Moisés se contaban por
centenares, superando en mucho el conocido decálogo. Esta meticulosidad en el
cumplimiento de la ley implicaba no solo que muchos judíos se la saltaran, sino
también que se viviera en gran hipocresía, actitud que, por otros episodios,
sabemos que censura férreamente el Señor. Más allá del contexto inmediato que
se encontró Jesús, san Marcos quiso destacar este como uno de los episodios
clave para que las primeras comunidades de cristianos y nosotros en nuestros
días sepamos a dónde dirigir nuestra atención para cumplir con fidelidad la
voluntad del Señor y no perdernos en puntos que, en todo caso, deben ser un
desarrollo de estos dos mandamientos. Al mismo tiempo, sería incorrecto
concebir este resumen como una especie de suspensión del resto del decálogo o
una relajación de otros preceptos de la ley natural. La voluntad del Señor
manifestada en el Evangelio nunca busca anular o minusvalorar la ley, sino todo
lo contrario, cumplirla de modo radical y en plenitud y, sobre todo,
descubriendo su sentido más profundo. Si Jesús no busca restar valor a la ley recibida
de los mayores, también es verdad que, con el paso de los siglos, las
disposiciones legales habían proliferado sin medida, condicionando hasta el
extremo la fe israelita y el funcionamiento de la propia sociedad de la época,
sobre todo entre algunos grupos concretos, como el de los fariseos. Aparte de
ser insoportable e irrealizable, esta extrema regulación desviaba demasiado la
atención del cumplimiento de la voluntad de Dios que se corresponde con la
búsqueda de aquello que anhela el corazón humano. En cualquier caso, la
propuesta de cientos de mandatos negativos no es el medio idóneo o más directo
para vivir amando a Dios y al prójimo. Sin algo que oriente nuestro actuar
positiva y dinámicamente, la ley de Dios se entiende únicamente como una barrera
que no puedo traspasar.
La unión entre
mandamientos
Analizando la formulación de Jesús del mandato del
amor a Dios y al prójimo, tal y como aparece en este pasaje, descubrimos lo
siguiente: en primer lugar, se realiza de modo positivo y en dos secciones. La
primera de ellas procede del libro del Deuteronomio, cuyo texto constituye el
quicio de la primera lectura de este domingo: «Escucha, Israel […]. Amarás,
pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente, con todo tu ser». A partir de ahí, Jesús prosigue con el segundo
mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Este último precepto no es
original de Jesús, ya que lo encontramos en el libro del Levítico (19, 18).
Pero sí que es novedosa la unión de los dos mandatos en uno solo y hacer de
este nuevo gran precepto el motor de la vida cristiana, resumiendo con gran
simplicidad lo que supone vivir en Cristo. Por otro lado, este doble
mandamiento intenta desligar el cumplimiento de la voluntad de Dios de un culto
y una religiosidad meramente externa y vacía, criticada desde antiguo por los
profetas. Así lo demuestra la frase del escriba, cuando afirma que «amar al
prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». No
se nos pide, por lo tanto, realizar más o menos acciones, sino cambiar por
completo el corazón.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid