Solemnidad de Jesucristo, Rey
del universo
«Acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino»
Con estas palabras se dirige el buen ladrón a Jesús poco
antes de morir en la cruz. La frase manifiesta la completa confianza de quien,
sin conocer previamente a Jesús, ha comprendido con profundidad su misión como
Rey. En la fiesta de Cristo Rey, instituida por el Papa Pío XI en 1925, san
Lucas nos presenta la paradoja de ver a Jesús ejerciendo su reinado
precisamente a punto de ser ajusticiado. En la máxima humillación se muestra la
mayor grandeza. No es sino otro modo de acercarnos al misterio pascual, la
paradoja de que con su muerte Jesús obtendrá la vida y la comunicará a todos
los hombres.
Jesús, hijo de David
Para los israelitas la idea de realeza no es nueva. Tras
el reinado de Saúl, David es elegido rey en Judá y, más adelante, será
reconocido también por el resto de las tribus de Israel, que se presentan ante
él y lo aclaman como pastor y guía de su pueblo. Asimismo, es ungido, como
señal de la elección por Dios para esta misión. Así nos lo recuerda la primera
lectura de la Misa
de este domingo, presentando a David como figura, es decir antecesor de
Jesucristo, el definitivo rey-ungido por Dios. Sin embargo, para muchos, la
realeza del Mesías consistiría en una muestra externa de dominio sobre las
naciones vecinas, como era común entre los reyes de la época. Para ellos era
lógico pensar que alguien era más poderoso cuanto mayor dominio ejerciera sobre
su pueblo y mayor número de países se le sometieran. Esta era la visión
predominante en tiempos de Jesús, cuando el Imperio romano tenía desplegados
sus ejércitos por toda la cuenca mediterránea. Sin embargo, el origen humilde
de David, que ni siquiera era el que más destacaba entre sus propios hermanos,
nos anticipa ya el modo de reinar de Cristo, que ahora está llamado a pastorear
y ser jefe del nuevo Israel.
Un reinado para salvar al hombre
La escena evangélica de este domingo inicia situando a
Jesús frente a las burlas de los magistrados judíos, que consideran el destino
de Jesús como la prueba de su mentira. Con todo, también se coloca en primer
plano la cuestión de la salvación, con la frase: «A otros ha salvado». La misma
cuestión de la salvación estará presente en la mofa de los soldados: «Si eres
tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo»; también uno de los ladrones se
expresa en los mismos términos. Será, en cambio, el buen ladrón quien capte el
verdadero sentido de lo que en realidad está sucediendo, al pedirle al Señor
que se acuerde de él cuando llegue a su reino. La respuesta de Jesús: «En
verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso», manifiesta claramente no
solo que el reino de Jesús no es de este mundo, como poco antes había
manifestado ante Pilato sino, ante todo, que el paraíso es su patria definitiva,
hacia donde él puede llevar al buen ladrón. Si Adán, con su pecado, había
cerrado las puertas del paraíso, Cristo, con su muerte, las abrirá de nuevo y
va a incorporar junto con él a todos los que confiesan su nombre como salvador.
El Evangelio de este domingo es clave, pues, para
comprender el reinado de Cristo como algo no basado en un poder humano: ni en
el dominio, ni en el prestigio, sino como un reinado eterno, universal, donde
la verdad, la santidad, la gracia y la justicia son manifestadas con toda su
fuerza. Es este el reinado que le pedimos al Señor cada vez que rezamos en el
padrenuestro «Venga a nosotros tu reino». Y es el mismo Cristo el que nos
pastorea y nos atrae hacia Él mismo, siguiendo la estela de su antepasado el
rey David y haciendo realidad lo que expresa la segunda lectura, de la carta de
san Pablo a los colosenses, en el himno de acción de gracias a Dios Padre: «Él
nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino del
Hijo de su amor».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús,
diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de
Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y
le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti
mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los
judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo
insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a
Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente,
porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho
nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús
le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Lucas 23, 35-43