II
Domingo de Cuaresma (ciclo C)
«Sus
vestidos brillaban de resplandor»
Tras escuchar la narración de las tentaciones del Señor en
el desierto, este domingo Lucas nos presenta el episodio en el que el Señor se
transfigura ante Pedro, Juan y Santiago. El pasaje no utiliza el término
«transfiguración», sino que se refiere a lo sucedido diciendo que «el aspecto
de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor». Sin esperarlo, la
gloria de Dios se manifiesta ante los discípulos como una realidad. Si en la
descripción de las tentaciones del Señor se anticipaba, en cierto modo, el
momento de la prueba de Getsemaní, ahora se presagia la gloria definitiva de
Cristo tras su Resurrección.
El contexto de oración
El lugar escogido para esta manifestación en gloria de
Dios es lo alto de un monte, y el momento es «mientras oraba». Resulta familiar
en la Escritura
y fuera de ella la vinculación entre la presencia de Dios y determinados
lugares geográficamente elevados. Este es también el motivo por el que muchas
de nuestras iglesias se ubican, si no en el lugar más elevado, sí en
determinados promontorios a los que es necesario ascender para llegar a ellos,
o en altozanos, cuando se trata de un terreno llano.
El diálogo con Dios en oración desencadena la transformación
de aspecto en Jesús, que sus discípulos más íntimos podrán presenciar. Sin
embargo, Lucas ha querido destacar el contraste entre el Señor en actitud de
oración y los apóstoles, que «se caían de sueño». ¿Cuál es, pues, el
significado de esta contraposición? No es la primera vez que vemos a Jesús
orando, especialmente durante la noche o al alba, momentos del día que, debido
a la ausencia de luz, están naturalmente destinados al descanso. Pero más allá
de este dato, con esta circunstancia se quiere mostrar que el diálogo con Dios
a través de la oración es capaz de mantener al hombre despierto, no solo
biológicamente, sino sobre todo interiormente. En cambio, Pedro y sus
compañeros permanecen ajenos al principio de la escena. Igualmente, la
somnolencia refleja que más allá del agotamiento físico hay una dificultad por
parte de los apóstoles para comprender lo que se les estaba revelando.
Hablaba de su éxodo con Moisés y Elías
Junto a Jesús aparecen dos personajes: Moisés y Elías; así
como una conversación sobre «su éxodo, qué él iba a consumar en Jerusalén». El
término éxodo, referido de modo inmediato a la Pascua , implica de nuevo
una antítesis entre la gloria en la que están envueltos en ese instante y el
«paso» inevitable del Señor por la muerte cuando culmine el ascenso a
Jerusalén. Ciertamente se vislumbra el triunfo definitivo sobre la muerte, pero
para ver esa gloria, antes habrá que padecer y morir, conforme describe el
primer anuncio de la Pasión
unos versículos antes del pasaje de la transfiguración. La conversación de
Jesús con Moisés y Elías busca destacar que en Jesucristo se cumplen las
promesas del Antiguo Testamento. En efecto, los judíos se referían a la Biblia como a «la Ley y los profetas», siendo
Moisés el máximo representante de la
Ley y Elías de la profecía. Pero no es esto, quizá, lo más
importante, sino que ambos habían recibido una revelación y una misión por
parte de Dios. Moisés pide al Señor en el monte que le muestre su gloria. De
modo imperfecto es capaz de verla pero solo de espaldas, en una manifestación
imperfecta. El cometido encomendado será transmitir la Ley al pueblo elegido. Elías,
en cambio, descubrirá la presencia del Señor en una suave brisa, y el Señor le
pide ungir a un rey y consagrar a Eliseo como profeta. También a nosotros se
nos ha manifestado ahora el Padre, a través de Jesucristo, en cuyo rostro
vislumbramos la belleza y grandeza de Dios. La misión que se nos encarga se
encuentra al final del pasaje, cuando una voz desde la nube declara: «Este es
mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». La novedad que nos trae Jesucristo no supone
ya simplemente una tarea concreta, como sucedía con Moisés y Elías, sino que
implica una relación personal con él, en la que entra en juego nuestra libertad
y voluntad, superando el carácter parcial de las teofanías anteriores.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y
a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto
de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos
hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria,
hablaban de su éxodo, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros
se caían de sueño pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres
que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro
¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto,
cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al
entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido,
escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron
silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Lucas 9, 28b-36