V Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
“Todo el mundo te busca”
Tenemos ante nosotros un episodio en el cual no solo se
nos narra el programa de una jornada del Señor, sino que al mismo tiempo se nos
condensa simbólicamente toda su misión. La liturgia de hoy se sirve del recurso
al contraste para mostrar que el Reino de Dios ha llegado efectivamente. Para
ello podemos poner en paralelo la primera lectura con el Evangelio. En Job,
libro sapiencial, escrito en torno al siglo V a.C., se plantea el problema de
la existencia del mal en el mundo. En realidad, no es necesario recurrir a este
personaje, modelo de paciencia, para constatar los sufrimientos de la vida y lo
rápido que pasan nuestros días. Aun así, el escuchar a Job hoy favorece que el
mensaje optimista del Evangelio resalte más. Frente a la cruda realidad y días
que se van consumiendo sin aparentes frutos, Jesús nos presenta en Él mismo la
solución al dolor y al sufrimiento del hombre. Hay una frase que refleja con
simplicidad el modo de aproximación de Dios al hombre: cuando Jesús se acerca a
la suegra de Simón, que estaba en la cama con fiebre, el evangelista dice que
el Señor «se acercó, la cogió de la mano y la levantó».
Levantar a la humanidad caída
La suegra de Pedro puede ser vista hoy como el modelo de
la humanidad, beneficiaria de la acción de Cristo en el mundo. Jesús se
encuentra con el hombre postrado por múltiples situaciones. De hecho, más
adelante el relato continúa con la alusión a más curaciones de enfermos y de
endemoniados.
Es aquí donde entra en juego el pasaje de Job. Podemos ver
en los enfermos y endemoniados que rodean al Señor a personas que andan sin
rumbo y sin ver resultado alguno a sus fatigas de años. En definitiva, personas
que viven sin ninguna esperanza. No hay que irse a los tiempos de Jesús para
pensar en personas que viven hastiadas y que han perdido toda ilusión por la
vida, sea por la enfermedad, por el sufrimiento, por la soledad o por verse
inútiles por la edad. A ellos es a quienes el Señor se acerca, coge de la mano
y levanta. Aunque lo sabemos, conviene recordarlo: cuando escuchamos la Palabra del Señor en la
celebración, esta se hace actual. No leemos la Biblia como quien está ante
una mera narración histórica. La obra de salvación de Dios sigue sucediendo en
el aquí y ahora de la celebración y de la vida concreta.
Ser curados para servir
¿Qué es necesario, entonces, para que la situación del
hombre caído pueda cambiar? En primer lugar, presentarse al Señor como lo que
somos, enfermos ante él. Cada uno puede poner nombre a sus enfermedades. Más
arriba se han enumerado algunas de ellas. En segundo lugar, hay que saber que,
cualquiera que sea nuestra situación, el Señor tiene la capacidad de
levantarnos y volvernos a dar la vida. No es casualidad que Marcos utilice aquí
el mismo verbo para levantar que utilizará para aludir a la resurrección. En
tercer lugar, también el hombre curado tiene una misión que realizar. El pasaje
no concluye sin más, sino que afirma que cuando la suegra de Pedro fue curada
«se puso a servirles». No somos curados para quedarnos quietos, sino para
colaborar en la obra de salvación del Señor. Precisamente uno de los rasgos de
la misión del Señor es no esperar a que la gente acuda a Él, como era habitual
en la tradición bíblica anterior, sino salir él al encuentro. Lo mismo se nos
pide a nosotros.
Por último, no puede pasar desapercibido que Jesús
compagina su actividad con la oración. No estamos ante una anécdota
independiente del resto del relato. Se trata de un elemento central en la
misión del Salvador: todo lo que Jesús realiza ocurre gracias a la íntima
relación que vive con el Padre. Con ello se nos enseña a dónde debemos dirigir
nuestra mirada en nuestros quehaceres cotidianos. Solo así nuestra misión
estará fundamentada y sostenida. De lo contrario corremos el riesgo de un
activismo estéril.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus
discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de
ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se
puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los
enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a
muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los
demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba
muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus
compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te
busca». Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para
predicar también allí; que para eso he salido». Así recorrió toda Galilea,
predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Marcos 1, 29-39