JEREZ ÍNTIMO
Pepe Valderas
MARCO
A. VELO 5 de febrero de 2018 Diario de Jerez
Por la
vieja calle del alba -allá donde el azahar en flor amalgama sus fragancias de
nostalgias antiguas- viene una cruz de guía que divide en cuatro la veladura de
esta (asfixiante) atmósfera con olor a muerte. Estamos oyendo -ahítos de
lágrimas de sal- las campanas de su manguilla. Es una cruz de plata y oro que
alza los cimientos de la nostalgia. Que enumera y remunera el versículo
jerezano de los nombres de Jesucristo. Tan de título de fray Luis de León. Tal
así el aura esplendente del cofrade cum laude, del nazareno revestido de túnica
blanca -nazareno de andar dificultoso, de mirada de agua clara, de ancho
esparto, de fidelidad al santo hábito hasta el final de sus días y sus noches-
que ahora transita al llorar de mi lengua: bienaventurados los limpios de
corazón porque ellos verán al Señor de la Vía-Crucis.
Llega la
cofradía a la altura imprecisa de nuestra retina. El dolor estalla, la ausencia
explosiona. La noticia se desparrama. ¿Qué Pepe Valderas ha muerto como el
collar del niño yuntero al pie quebrado del poema de la vida? ¿A do fue a parar
su simpatía todopoderosa? ¿Estamos escuchando ahora entonces el tintineo de las
campanas de esta Cruz de Guía o por el contrario cuanto oímos es el llanto
acompasado de nuestra tristeza, de “esa pena tan grande” que el secretario de la Hermandad me confesara
por whatsapp desde el hospital San Juan Grande? Yo hoy veo a Pepe, agarrado de
mi brazo, a la salida de un entierro diciendo: “No somos nada, y luego queremos
comernos unos a otros”. Yo observo a Pepe ordenando archivos, pegando sellos en
la secretaría de la Casa
de Hermandad, repartiendo cartas de hermanos. Pletórico, henchido de
satisfacción, en la presidencia de la sala capitular de la sevillanísima
Hermandad de Pasión cuando la suya de las Cinco Llagas visitara
corporativamente a esta madre y maestra cofradía del Jueves Santo hispalense.
“Estos actos del 75 aniversario son algo muy grande, hijo”.
Yo
vislumbro a Pepe, con una sonrisa de oreja a oreja, en tarde noche de boda en
San Marcos, tan elegante él enfundado en su chaqué clásico. Yo miro a Pepe
regalando botellitas de Cardenal Mendoza. Y también, lento en la articulación
de palabras, para dirimir máximas: “En una Hermandad ni se difama ni se roba
(…) A un Hermano Mayor siempre hay que respetarlo y apoyarlo aunque a veces no
se esté de acuerdo con él”. La broma socarrona, el cultivo de un sentido del
humor negro e ingenioso. Yo lloro a Pepe, en una mañana de feliz natalicio,
entrando él de puntillas en la habitación del hospital Puertas del Sur para
regalar un abrigo “muy bonito” hecho a mano por su mujer
Pepi para el recién nacido. Y rescato ahora a Pepe sintiendo delirios por sus
hijos Juan Diego y Eduardo. Y plenitud del alma por su nietecita Loreto. “Mira,
hijo, las fotos que tengo en el móvil de mi niña: lo grandecita que está ya”.
Yo veo a Pepe riendo a carcajadas en el restaurante El Pelícano. Echándole
guasa sana al vinagre de lo cotidiano. Saliendo el primero de San Francisco, en
Madrugadas Santas, para abrir la
Casa de Hermandad. Y Pepe cumpliendo con la procesión del
Corpus y la Merced,
calzando sus zapatos castellanos que ahora -en bolsa de Sánchez Romate- hubo
que introducir a posteriori en el ataúd por aquello de las normas tácitas de
las supersticiones no escritas. Y Pepe Valderas -verso de un soneto a lo
divino- que se hincha de trabajar a destajo por su Hermandad. Sin altanerías ni
vocinglerías. Al biorritmo de lo desapercibido. Y Pepe entornando los párpados
al pronunciar “gracias” cuando la extremaunción gravitó sobre su corpórea
horizontalidad. Y Pepe fundando la asociación de ayuda al pueblo saharaui
-cargando infinidad de camiones y recogiendo a tantísimos niños- y añadiendo a
su familia a la también ya hija Maila y a la nieta adoptiva Sara -ambas al
unísono llorando amargamente desde el Sahara-. La cofradía ya se aleja. Por la
calle del alba achica su altura la cruz de manguilla de las campanas de nuestro
llanto. Es la cruz de la sencillez, es la cruz del cariño, es la cruz del amor.
Sí, amor. El que Pepe regaló a raudales sin pedir nada a cambio. “Mañana, hijo,
nos vemos en la Hermandad”.