«…por vosotros y por muchos»
La nueva fórmula de consagración del cáliz
(«por muchos» en lugar de «por todos los hombres») no pretende excluir a nadie
de la redención obrada por Cristo; esto, simplemente, iría contra la Revelación
La ya cercana introducción en nuestra
liturgia eucarística de la fórmula de consagración del cáliz en su nueva
versión castellana («por vosotros y por muchos» en lugar de «por vosotros y por
todos los hombres») está suscitando numerosas reacciones. No es de extrañar,
pues todo lo que afecta a unas palabras que están tan hondamente marcadas en el
corazón del creyente no puede dejarlo indiferente. Pero se perciben a veces
algunas tomas de postura que cuestionan la oportunidad, e incluso la
legitimidad, de semejante cambio. ¿No se está estrechando con ello el alcance
de la salvación traída por Jesucristo? Al decir «por muchos» y no «por todos»,
¿no será que hay algunos a quienes esta salvación no les es accesible?
Hemos de explicar primero lo que este
cambio no quiere decir. No pretende excluir a nadie de la redención obrada por
Cristo; esto, simplemente, iría contra la Revelación atestiguada en otros lugares de la Escritura. Dios ,
en efecto, «quiere que todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento de la verdad» (1 Timoteo 2,4). Este designio de salvación
universal es el que mediante la entrega de su sangre realiza Cristo, único
mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2,5). Es por ello desacertado
entender este cambio en nuestra liturgia en sentido restrictivo; como si en
lugar de «por muchos» se dijera «por pocos». No: en el horizonte de la entrega
de Jesucristo están todos los hombres. Que son, ciertamente, una gran multitud:
«muchos». Cuando la traducción litúrgica vigente hasta ahora interpretó el
latín pro multis como «por todos los hombres», estaba
ofreciendo una comprensión certera de lo que late en esos «muchos».
Pero entonces, ¿por qué cambiarlo? Por
fidelidad a la palabra de Jesús. Él, en efecto, no dijo «por todos» sino «por
muchos» (Mateo 26,28; Marcos 14,24); tanto el arameo (lengua empleada por
Jesús) como el griego (lengua que en los Evangelios nos ha transmitido sus
palabras) distingue entre ambos conceptos, de modo que hemos de aceptar lo que
Jesús dijo; por ello, la traducción más fiel es la que mejor respeta esa
decisión. Así lo ha entendido la liturgia romana en la fórmula latina: «pro
vobis et pro multis».
Pero además, la nueva traducción castellana
nos abre un horizonte para comprender este momento decisivo en la vida del
Señor. En efecto, esos «muchos» por los que derrama su sangre nos evocan
aquellos «muchos» que el Siervo del Señor justificó mediante la entrega de su
vida: «Mi siervo justificará a muchos», porque cargó con los
crímenes de ellos» (Isaías 53,11); «él tomó el pecado de muchos e
intercedió por los pecadores» (53,12). La entrega eucarística de Cristo realiza
así la misión del Siervo, llenando de contenido, de carne y sangre, esa
enigmática figura del Antiguo Testamento. Tal y como afirma Jesús sobre sí
mismo en otro denso pasaje evangélico, aludiendo también a este oráculo de
Isaías, «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su
vida en rescate por muchos»(Marcos 10,45). La traducción «por
muchos» nos permite captar esta importante alusión bíblica, que de otro modo pasaría
inadvertida; así comprendemos que Jesús es el verdadero Siervo del Señor.
«Muchos
intentarán entrar y no podrán»
Una última observación. Cristo ofrece su
vida por todos los hombres, por «el mundo»: así interpreta el Evangelio de Juan
las palabras de la
Eucaristía («Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del
mundo»: Juan 6,51). Sin embargo, por desgracia no todos lo acogerán: «Vino a su
casa, y los suyos no lo recibieron» (Juan 1,11). La traducción «por muchos»,
que originariamente apunta a la apertura universal de la salvación obrada por
Jesucristo, expresa también la trágica posibilidad de que no todos los
hombres se beneficien efectivamente de ese don. Cuando le preguntaron: «Señor,
¿son pocos los que se salvan?», Jesús respondió: «Esforzaos en entrar por la
puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y
no podrán» (Lucas 13,23-24). La nueva traducción castellana evita una
comprensión ilusoria de las palabras que pronunció el Maestro en la Última
Cena, como si por la ofrenda de amor de Jesucristo estuviéramos ya
definitivamente salvados; nos previene así ante la desgraciada eventualidad de
que, en mal uso de nuestra libertad, no queramos acoger el regalo de la
salvación y de la gracia, excluyéndonos así de esos «muchos» a los que Jesús
desea justificar. Es por ello un estímulo saludable a abrirnos al don de la
salvación que él nos trae.
«Por vosotros y por muchos». La nueva
traducción, no solo legítima sino también oportuna, nos recuerda en fin una
exigencia fundamental de nuestro Bautismo: ponernos en camino para que la
salvación de Jesucristo y la vida nueva del Evangelio alcance a «muchos».
Resulta así un estímulo para la misión, con el gran deseo de colmar aquella «muchedumbre
inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y
lenguas» salvada por Cristo, el Cordero (Apocalipsis 7,9).
Luis Sánchez Navarro
Catedrático de Nuevo Testamento de la Universidad Eclesiástica San Dámaso
Catedrático de Nuevo Testamento de la Universidad Eclesiástica San Dámaso