Domingo de Pentecostés (ciclo C)
Espíritu
Pentekonta significa cincuenta en griego. Con la
solemnidad de Pentecostés culminan los cincuenta días de Pascua, dedicados a
celebrar la Resurrección
de Jesucristo. En este contexto pascual, recordamos solemnemente la venida del
Espíritu Santo sobre la primera comunidad apostólica en la fiesta judía de
Pentecostés, tal como lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Aquellos atemorizados discípulos recibieron la fuerza vivificadora del Espíritu
Santo, que los conformó en Iglesia y los transformó en testigos y apóstoles
para continuar la misma misión de su Maestro en el mundo.
Paz a vosotros
El texto del Evangelio de Juan, que se proclama en el
último domingo de la
Santa Pascua , describe la aparición de Jesús Resucitado en
medio del grupo de los discípulos, reunidos con María, la Madre de Jesús. Lo primero
que llama la atención es el saludo repetido del Resucitado: «Paz a vosotros».
Los discípulos estaban llenos de miedo, porque temían a los judíos. Habían matado
al Maestro y buscaban a sus seguidores para terminar con ellos. Las puertas
cerradas por dentro revelan metafóricamente el pavor de aquella comunidad
apostólica. Y viven la presencia del Señor Resucitado como un alegre
acontecimiento que disipa los temores y comunica paz a su corazón agitado. ¡Qué
hermoso dato el que nos transmite este texto evangélico: «Se llenaron de
alegría al ver al Señor»! En medio del temor y el miedo, el Resucitado infunde
paz y alegría, los frutos de la
Pascua.
«Os envío»
En el centro del relato, Cristo encomienda una misión a
toda la comunidad apostólica: «Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo». El Señor llama a los apóstoles, congregados junto con María, a
continuar su misión en medio del mundo y de la historia. Es la misma misión que
Jesús ha recibido del Padre y que ellos deben prolongar hasta el final de los
tiempos.
Sin embargo, aunque son testigos del Cristo Resucitado en
varias apariciones, aunque han experimentado su paz y su alegría en diversos
contextos… siguen paralizados por el miedo, se refugian en el Cenáculo para
combatir su inseguridad y no son capaces de salir de su ostracismo. ¿Qué les
pasa? ¿Qué les falta? Necesitan el aliento, la fuerza y el fuego del Espíritu
para romper todo obstáculo paralizante en su interior y abrirse a una vida
nueva.
«Recibid el Espíritu»
El centro del relato es Cristo Resucitado. Muestra las
marcas de sus manos y de su costado para revelar que es el Crucificado
Resucitado, el Hijo de Dios que ha cumplido la misión encomendada por el Padre
y que ahora encomienda a sus apóstoles. Jesús es consciente de los obstáculos y
dificultades que han de afrontar en este mundo, porque Él mismo las ha
experimentado. Las llagas de sus manos y costado son prueba de ello. Por eso,
infunde sobre los presentes el don divino del Espíritu Santo: «Recibid el
Espíritu Santo». Al igual que el mismo Jesús, son capacitados por y con la
fuerza del Espíritu para realizar y continuar su misma misión.
El don del Espíritu es recibido por la comunidad apostólica
como capacitación para una misión, no como un privilegio personal. Los mismos
discípulos, que unos momentos antes estaban atemorizados y paralizados en su
propio fracaso, tras recibir el don del Espíritu, rompen las puertas del
Cenáculo y aparecen en la plaza más pública de Jerusalén gritando el kerigma,
el primer anuncio de Jesús, el Cristo, muerto y resucitado. Ya no temen nada,
ni están paralizados por obstáculo alguno.
Y es el mismo Espíritu que recibe todo cristiano para
continuar la misión de Jesucristo y de los apóstoles en cada momento de la
historia. Todos los seguidores de Jesucristo son ungidos por el Espíritu de
Dios para ser enviados como testigos valientes del Evangelio en medio del mundo
y para afrontar la misión que el Señor los encomienda en las diversas
vocaciones a las que son llamados cada uno de ellos.
Este texto evangélico vincula la presencia del Cristo
Pascual con la presencia del Espíritu Santo. El Espíritu es un don del
Resucitado y plenitud del misterio pascual, que la Iglesia actualiza en toda
celebración litúrgica. ¡Qué bien lo expresa ese adagio que dice: Semper Pascha,
semper Pentecoste. Es decir, para la
Iglesia , para los cristianos, «siempre es Pentecostés»,
porque en la liturgia se invoca la presencia, el don y la fuerza transformadora
del Espíritu Santificador. Y «siempre es Pascua», porque por la fuerza del
Espíritu Santo se actualiza y se hace presente el misterio pascual de
Jesucristo en la liturgia y, por tanto, en medio de nosotros. De alguna forma
revivimos la misma experiencia de la comunidad apostólica en aquel primer
Pentecostés. ¡No lo olvidemos!, para un cristiano, Semper Pascha, semper
Pentecoste.
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos
y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Juan 20, 19-23