Primer Domingo de Adviento (ciclo C)
Vigilante espera
Cuando alguien pretende dialogar sobre temas cristianos
con algunos miembros de sectas orientales, o con aquellos que están
posicionados en la filosofía griega, o con los jóvenes universitarios fascinados
por las obras de Nietzsche, comprueba que no solo es difícil el diálogo, sino
que es casi imposible el mutuo entendimiento. No hay mala voluntad en los
interlocutores, pero sí una diferente concepción del tiempo.
Para los primeros, la concepción del tiempo es circular:
todo se repite cada cierto ciclo de años, nada hay nuevo y la humanidad está
condenada al eterno retorno de todo y de todos. El universo es una burbuja
hermética en el que la energía no desaparece, se transforma. Por eso creen en
la reencarnación. Plantean un mundo falto de esperanza y abocado, como diría
Sartre, a la nada, al vacío, al sinsentido. Por eso, la propuesta de
estas filosofías orientales es la evasión del mundo presente,
la dormición de todos los sentidos y estímulos para evitar el
sufrimiento y procurar cuando antes la liberación de la actual condena
existencial.
La concepción judeocristiana del tiempo es lineal. El
tiempo se comprende como historia que tiene un principio y un final, y además
es historia de salvación, abierta a la novedad, donde es posible la esperanza.
Para los judíos y los cristianos el inicio del tiempo es Dios y el final de la
historia es Dios. ¡Qué bien lo sintetizó san Agustín en aquella hermosa frase:
«Nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que
descanse en ti»; y san Pablo: «Él es origen, guía y meta del universo»!
Este domingo inauguramos un nuevo año litúrgico. Es día de
año nuevo, en el que se nos regala un tiempo de gracia para celebrar el
misterio de Jesucristo, principio y fin del año litúrgico, centro y culmen de
toda la historia de la salvación.
Inauguramos también un nuevo Adviento para preparar la
fiesta de la Natividad
del Señor y meditar el misterio insondable de la Encarnación. Ciertamente ,
vivimos en una sociedad que ha asesinado el Adviento. Parece que, después de
orar junto a la tumba de nuestros difuntos en noviembre, regresamos del
cementerio y nos topamos con unas calles vestidas totalmente de Navidad. Sin
embargo, la sabiduría multisecular de la Iglesia sigue convocando a los cristianos a
situarse en Adviento, en tiempo de preparación y espera para las fiestas que se
avecinan; porque sabe y ha experimentado que lo que no se prepara no se vive ni
se valora.
El texto del Evangelio de Lucas proclamado en este domingo
advierte de que habrá un final. Usando el lenguaje apocalíptico típicamente
judío afirma que «habrá signos» que anunciarán el final del tiempo. Pero, como
hemos señalado, el final del tiempo y de la historia es Dios: «Verán al Hijo
del Hombre», al Señor glorioso que vuelve, como dice san Pablo en la segunda
lectura, en gloria y majestad. ¿Qué hacer, entonces? Vivir el momento presente,
el hoy de Dios, seguir adelante, en vigilante espera, «despiertos», con
esperanza y confianza en Dios, comprometidos en esta preciosa misión de ser
fermento y alma en el corazón del mundo. Y mientras dura este tiempo presente,
¡bien podríamos hacer nuestros hoy –ante el camino por recorrer en el nuevo año
litúrgico– los sentimientos humildes del salmista: «Señor, enséñame tus
caminos… instrúyeme en tus sendas… haz que camine con lealtad»!
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla
Disciplina de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá
signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las
gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán
sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las
potencias del cielo temblarán.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con
gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza;
se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el
vicio, la bebida y las preocupaciones de la vida, y se os eche encima de
repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la
tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que
está por venir, y manteneros en pie ante el Hijo del Hombre».
Lucas 21, 25-28. 34-36